Lo lamentable de la respuesta contundente de Israel es que las secuelas son muy malas. Cada vez que mueren niños y mujeres inocentes, aumenta ese rencor que ciega al pueblo palestino y a muchos los transforma en terroristas. Es un círculo vicioso perpetuo.

Cargando en los brazos a los niños muertos por los bombardeos hechos por Israel y citando a la prensa internacional para que muestre al mundo el horror, los palestinos consiguen la solidaridad internacional y el repudio contra lo que ellos llaman con desprecio el sionismo.
Por lo general, el ser humano siempre se pone del lado de las víctimas y el mundo árabe capitaliza esta debilidad y más los comandantes e ideólogos de Hamas, astutos y criminales, que no les importa las consecuencias contra el pueblo que dicen defender y proteger.
Pero, para no pecar de parcial, es necesario reflexionar sobre los dos lados del conflicto.
No debemos ignorar el número de víctimas inocentes, la mayoría niños. ¿Por qué tantos niños y por qué Israel ataca escuelas hasta de la ONU? ¿Serían capaces los terroristas de esconder armas poniendo de escudos a los menores de edad? Sí, son capaces de eso y mucho más, entonces la explicación israelí pudiese tener credibilidad, porque el Mossad, el Instituto de Inteligencia y Acciones Especiales de ese país, tiene certeza de que en esos lugares escondían armas y se ocultaban terroristas.
¿Pero se justifica matar menores de edad? Muchos piensan que Israel se ha excedido y no ha dedicado suficiente tiempo para verificar los datos o simplemente no le importa.
No es fácil aceptar la muerte y la destrucción que Israel está causando en Gaza como respuesta, pero, tampoco pasemos por alto que sectores de la prensa y la comunidad internacional, la mayor parte con ideas de izquierda que ya califica de genocidio la operación “Margen Protector”, ignoran que los actos de Israel son consecuencia de las incesantes provocaciones de Hamas.
Esta guerra es como si su vecino comenzara a lanzarle piedras a las ventanas de su casa, rompiera los vidrios de la sala y descalabrara a sus hijos y usted agotado de los continuos ataques y en represalia, tomara un buldócer y derrumbara la vivienda de quien le agrede matando a una parte de la familia pendenciera.
Es una trampa en que cae siempre el gobierno de Israel, frente a los desafíos de grupos extremistas que subsisten alimentados por el odio imposible de erradicar del corazón de muchos árabes. Ese resentimiento se hereda como una obligación cultural y religiosa de padres a hijos. ¿Qué más puede hacer un Estado como Israel frente a la amenaza constante? ¿Dejar crecer el peligro?
Lo lamentable de la respuesta contundente de Israel es que las secuelas son muy malas. Cada vez que mueren niños y mujeres inocentes, aumenta ese rencor que ciega al pueblo palestino y a muchos los transforma en terroristas. Es un círculo vicioso perpetuo.
Todo parecía ir bien cuando, en mayo pasado, el papa Francisco, ingenuo o romántico, invitó a platicar en el Vaticano al presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas y a Shimon Péres, presidente de Israel. Ese ofrecimiento hizo que los terroristas de Hamas, que no quieren la paz y desean venganza eterna, intensificaran sus provocaciones.
Sería impropio estar de acuerdo con la arremetida descomunal de Israel, pero también es inaceptable ignorar la mezquindad de Hamas, su odio, su mentira y su malicia malévola.
La contradicción o la ironía de este conflicto es que, aunque Israel pareciera estar ganando, en realidad otra vez está perdiendo, porque ante la comunidad internacional queda como el país más desalmado del mundo, solo por defenderse.
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