Bien decía mi abuelo Juan Antonio Sánchez, un escritor y pensador colombiano, que “toda injusticia produce una rebeldía, de la cual, en final, viene a ser directamente responsable un mal padre, un mal pastor o un mal gobierno”.

Sonaron trompetas anunciando con excesivo optimismo que el camino a la paz se está allanando.
Durante décadas muchos colombianos han buscado fórmulas para lograr la pacificación del país, pero los “actores” del conflicto, como les llaman algunos de una manera dramatúrgica, parecieran nunca querer dejar de pelear.
La guerra en mi país es metamórfica; cambia de color y motivación según la conveniencia y los tiempos. Ahora tiene alianzas con la malignidad del narcotráfico y la corrupción oficial.
Pocos combatientes han tomado las armas por una ideología o como dicen los de las Farc, representan a la gente siendo el ejército del pueblo. Mienten y seguirán mintiendo.
Tampoco los paramilitares, rotulados ahora como bandas criminales –Bacrim- con el fin de desligar a miembros del ejército de su patrocinio, querrán dejar de ser usufructuarios de esa gigantesca industria de la violencia.
Por eso suena iluso quienes piensan que con el llamado “marco jurídico para la paz”, una reforma constitucional aprobada por el senado de Colombia hace pocos días, se esté fabricando la llave maestra para entrar a la que sería una era de concordia.
Dice el autor de esa reforma, el senador Roy Barrera, que el primer efecto del “marco legal” es garantizar que haya justicia y paz. ¿Pero cómo puede haber justicia en una sociedad amnésica, con frecuencia complaciente con el delito que apologiza a criminales y delincuentes?
Para acallar las voces en contra se incluyó a última hora un artículo ambiguo: “Quienes hayan cometido genocidio de manera sistemática no podrán participar en política ni ser elegidos”. Pregunto: ¿El que lo hubiese hecho de vez en cuando puede aspirar a ser candidato?
Por otra parte, se eliminó un párrafo que decía que el ahorro que se genere con la paz, en materia de gasto militar, se invierta en el campo social.
Es cierto que una manera de disminuir el conflicto es aplicar la fuerza legítima del Estado para ir aniquilando ese cáncer de la subversión y se necesita un ejército sólido para lograrlo, pero el gasto de las fuerzas armadas es exageradamente multimillonario y beneficia a una minoría de chacales que procuran instigar a los políticos para que el conflicto armado perdure.
La llave maestra no es inversión militar ni artículos de ley que se queden en papel. La apertura para la paz es justicia social. Darle beneficios de salud y educación al pueblo. Promover y estimular a los empresarios para que creen fuentes de trabajo sin el miedo de tener a secuestradores o extorsionistas acechando frente a sus casas, oficinas o fábricas.
Así como sucedió con otros procesos de paz en donde los violentos vuelven a sus fechorías o se trasfiguran, ocurrirá en el futuro si no se construyen bases sociales y humanas. El caldo de cultivo es la pobreza, el hambre manifiesta, la exclusión, la arrogancia de una sociedad que mira al desamparado con vergüenza y hasta asco, sin misericordia y caridad.
Los que roban, matan, secuestran, masacran lo hacen porque están muy enfermos y necesitan tratamiento médico o deben pagar en una cárcel sus atrocidades.
Sin embargo, sin la intención de exculparlos, la sociedad tiene que mirar el trasfondo sociológico de su rencor: mucho de ellos jamás fueron protegidos por el Estado y los abandonaron a su suerte en tierras campesinas o cinturones de miseria de las grandes ciudades. Otro no tuvieron oportunidades laborales porque no recibieron guía apropiada para elegir un oficio o un camino profesional rentable hacia el futuro.
Pero, lo más grave es la desintegración de los hogares, la disfunción familiar y el alejamiento de la fe. Bien decía mi abuelo Juan Antonio Sánchez, un escritor y pensador colombiano, que “toda injusticia produce una rebeldía, de la cual, en final, viene a ser directamente responsable un mal padre, un mal pastor o un mal gobierno”.
La llave maestra para lograr la paz en cualquier rincón del mundo no es perdonar a los criminales sino invertir en la gente.
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