La sangre, la traición y el crimen no han sido ajenos a los impenetrables muros de los palacios apostólicos, pero hoy día es muy difícil encubrir este tipo de traiciones y engañar a los católicos que estamos desilusionados con tanta perfidia.

Soy católico, apostólico, pero no romano. Dejé de serlo desde hace muchos años cuando descubrí las suciedades de la “santa sede” y lo pongo en comillas y sin mayúsculas porque no se merece ni siquiera ese mínimo privilegio gramatical.
Me enerva escuchar las noticias de curas pedófilos, cardenales y obispos encubridores de escándalos sexuales, tranzas financieras y crímenes con perfiles mafiosos.
Siempre he dicho con sinceridad de creyente que la culpa no es de Dios sino de algunos jerarcas, muchos de los cuales a través de la historia del catolicismo han sido manipuladores, cínicos y hasta cometen crímenes para esconder sus fechorías muy lejanas al cielo, pero sí próximas al infierno.
Sino que lo diga Ettore Gotti Tedeschi, quien metió sus narices en la mismísima caldera del diablo, cuando entró a rincones oscuros que huelen a azufre, después de que su amigo cercano Benedicto XVI, le pidiera, en 2009, “limpiar” las cuentas del Banco Vaticano.
Gotti supo de inmediato que su misión sería peligrosa y por eso guardó con recelo pruebas. Hace pocas semanas, en mayo de 2012, fue despedido como presidente del Banco Vaticano, seguramente porque escrutó demasiado los intereses de personajes intocables, incluyendo los del secretario de Estado, el cardenal Tarcisio Bertone.
La policía llegó a la casa de Gotti hace pocos días buscando evidencias y al ver a los uniformados él dijo: “pensé que venían a pegarme un tiro”. Entre los documentos que guardaba el ex banquero, había una copia de una nota en donde advertía que si moría, en esos papeles estaban los nombres de los culpables.
Los carabineros examinaron las cajas confidenciales y, al parecer, hallaron pruebas de la cloaca vaticana. Gotti está vivo pero asustado y su abogado, conociendo la ira mortal de los representantes de Dios en la tierra, envió un mensaje subliminal a los purpurados diciendo que su cliente no es un chivato y que fue casualidad el decomiso de los documentos de la investigación del Banco Vaticano.
Esto se une a los develamientos de Gian Luigi Nuzzi, autor del libro “Los papeles secretos de Benedicto XVI”, quien tuvo acceso a 200 documentos privados del Sumo Pontífice, conocidos como los “Vatileaks”. Él niega que su fuente fue solo el mayordomo del Papa, Paolo Gabriele.
Estos papeles revelados por el periodista Nuzzi, descubren enfrentamientos e intrigas entre algunos cardenales; el encubrimiento de los escándalos sexuales del tristemente célebre cardenal mexicano Marcial Maciel, pero en especial las triquiñuelas financieras de Bertone, el mismo del que Gotti encontró evidencias comprometedoras.
También se da a conocer una carta escrita por el cardenal colombiano Darío Castrillón, quien advierte a Benedicto XVI que su homólogo Paolo Romeo, arzobispo de Palermo, en un viaje a China, comentó: “El papa morirá en 12 meses”, en lo que algunos consideran un complot para matar al pontífice.
La sangre, la traición y el crimen no han sido ajenos a los impenetrables muros de los palacios apostólicos, pero hoy día es muy difícil encubrir este tipo de traiciones y engañar a los católicos que estamos desilusionados con tanta perfidia.
Urge en la Iglesia un cisma; necesita profundas reformas en su doctrina que la acerque de nuevo a los creyentes, pero requiere, más radical, un cambio en sus propios apóstoles, en quienes muchos de nosotros los feligreses ya no confiamos.
La «santa sede» está dominada por hienas que luchan por quedarse con el mejor pedazo de la presa, mientras vemos estupefactos cómo la palabra de amor y bondad de Jesús y su sacrificio en la cruz les vale poco y lo único que ambicionan es el gran poder que se ejerce tras la Basílica de San Pedro y para lograrlo son capaces de rendirse al mal.
Todo huele a azufre en esa cueva.
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