Tradiciones grotescas que trajeron en la colonia los españoles a tierras indígenas.

Ellos con sus trajes impecables y blancos y la bota de manzanilla con mezcla de jerez y ellas luciendo finas joyas, zapatos costosos y contemplación altanera, gozan mirar la sangre derramada en el ruedo con sumo placer.
Aunque de aristocráticos no tienen nada, están convencidos de serlo y para creérselo compiten en las graderías observándose con sus prismáticos entre sí con envidia mutua, criticando a fulanita de tal que luce un reloj de marca, del cual sospechan es chiviado o hablando sobre zutanito, quien llevó al ruedo a la amante y no a su esposa.
Mientras esta arrogancia social los colma, en la arena un hombrecillo cruel clava con fuerza una espada para matar a un animalito jadeante que sufrió tortura durante “el espectáculo” vil, causándole más dolor porque ya había sido punzado por el picador, otro cómplice soberbio de esta carnicería.
Los aplausos y vitoreos por el suplicio festivo y el sacrificio final, autentican el barbarismo de una sociedad salvaje que refrenda allí su apetito de matar por placer como una marca genética que se niega a desaparecer de la humanidad.
Presencié este salvajismo desde la barrera por primera vez cuando tenía 16 años, siendo invitado fortuito a ese triste evento haciendo mis primeros pinitos de radio leyendo los comerciales en los intermedios de la transmisión de una emisora nacional. Yo era ignorante de “la fiesta brava”, como ellos le llaman.
Aunque volví a la siguiente semana porque tenía el compromiso con la empresa, no pude cumplir con toda la temporada. Caí en una depresión al ver la muerte como diversión y percibir la indolencia frente al dolor de los animales, por parte de los fanáticos a las corridas de toros.
Cuando le comenté mi desconcierto al narrador taurino, me preguntó con burla si yo sabía cómo mataban las reses del churrasco que me comí en el restaurante. Efectivamente, en muchos países de Latinoamérica, los mataderos sacrifican con crueldad a los animales que consumimos como alimento, pero eso no es pretexto para mortificarlos en medio de loas y licor.
Tradiciones grotescas que trajeron en la colonia los españoles a tierras indígenas, pero ahora comienzan a corregir su falla.
Cataluña tomó la decisión el 28 de julio de prohibir las corridas de toros en toda la región nororiental de España, tras un acalorado debate que confrontó los derechos de los animales con los defensores de la “cultura” nacional. La proscripción comenzará a regir en 2012.
La primera región española que prohibió la lidia de toros fue las Islas Canarias, en 1991.
Sé que las corridas no son tan populares en España como lo hacen creer los promotores latinoamericanos, excepto en Madrid y la sureña Andalucía. Es extraño que en países del nuevo continente, se arraigara como propia la lidia de toros, sepultando diversas costumbres autóctonas que pudieran ser enriquecedoras.
El ejemplo de Cataluña lo deberían aplicar los países de América Latina donde es tradición la fiesta brava, dejándole ver a los taurófilos que defienden este espectáculo vergonzoso por presunción social y por el placer de ver sangre en la arena, que matar con saña a un animalito no es ni arte ni es cultura.
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