Una ironía es que el planeta tierra tiene suficiente capacidad para proveer alimentos a los más de 7 mil millones de habitantes y la otra es que donde más se padece hambre es en las naciones ricas en agricultura, ganadería, ríos y mares.

Hace algunos años, paseando con mi hija Michelle por un frívolo sector de Miami, ella fijó su mirada en un hombre de mediana edad que leía un libro sentado en una banca. Llevaba zapatos gastados pero bonitos, camisa a cuadros limpia y pantalón jeans.
A primera vista su manera de leer y la distinción reflejada en él, no indicaban que tuviera desvelos pero, no siempre la apariencia es real; a sus pies había escrito en un cartón: “I am hungry” (Tengo hambre).
Exenta de dudas, mi hija entendió el mensaje y me indagó por qué le faltaba la comida a ese hombre y le respondí que tal vez había perdido su empleo. La realidad tras su rostro es que él es una víctima infortunada de la economía caníbal capitalista.
Si todos conserváramos la inocencia infantil, con seguridad podríamos practicar la compasión humana sin dificultad y los que padecen hambre recibirían la atención de una mano amiga.
Ignorándolo, pasaban frente a él, ciudadanos que llevaban en sus brazos bolsas cargadas de compras quizás superfluas y hasta le tomaban fotos porque creyeron que hacía parte de una “crítica social”. Con frecuencia los artistas hacen ese tipo de expresiones protestando por la falta de comida en el mundo.
Han pasado varios años desde aquella anécdota con mi hija y esta semana me preguntó qué había ocurrido con la vida de ese hombre. No puedo responderle, pero sí me doy cuenta que el número de pobres en los Estados Unidos ha aumentado y las personas sin hogar y con hambre es una realidad más común. Lo increíble es que para los estadounidenses son invisibles porque la solidaridad es un asunto que no los conmueve mucho. No hay tiempo para esas preocupaciones.
¿Si el hambre golpea a Estados Unidos, cómo será al resto del mundo?, me cuestionó mi hijita. La última cifra divulgada en octubre pasado por la ONU dice que una de cada ocho personas padece hambre. De acuerdo al informe se estima que por lo menos 842 millones de personas sufrieron hambre crónica entre 2011 y 2013. De Latinoamérica son alrededor de 60 millones.
Para los optimistas estos datos son alentadores porque disminuyó la cifra en relación a estudios anteriores. Los pesimistas, en cambio, leen la cifra con preocupación.
Debemos recordar que en el año 2000 los líderes mundiales se comprometieron en Naciones Unidas, en el marco del Objetivo del Milenio, reducir el hambre a la mitad para 2015.
Estando a solo 2 años de cumplirse el plazo los pronósticos no son positivos para esa población pobre que ve cómo los países industrializados o “desarrollados” despilfarran riquezas en superficialidades, mientras el estómago de ellos se aprieta sin compasión.
Una ironía es que el planeta tierra tiene suficiente capacidad para proveer alimentos a los más de 7 mil millones de habitantes y la otra es que donde más se padece hambre es en las naciones ricas en agricultura, ganadería, ríos y mares.
Ahora que se acercan las festividades de fin de año, en donde muchos pretenden ser generosos, practiquemos la caridad de verdad. Empecemos por derrotar la indiferencia, cambiar la invisibilidad del pobre y reprochar la imbecilidad de los ciudadanos ciegos ante la penuria ajena.
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