El sistema capitalista estadounidense convierte a los clientes de bancos en esclavos monetarios.

Se lo advertí como quien aconseja a una persona a punto de caer en una adicción.
Me dio su palabra que jamás cometería el error de dejarse embaucar por las promesas de una diversión en el momento, para responder después.
La primera tentación que le llegó por correo le ofreció elegir cines, ropa, conciertos y restaurantes. La segunda, viajes, hoteles, playas, sol y mar. Todo muy cautivador para un joven que acaba de cruzar la edad “autónoma” de los 18 años, donde las decisiones y cargas las asume él mismo.
Los ojos de mi hijo Felipe se iluminaron al saber que podía comprar lo que quisiera sin pedirle plata a papá. Es la sensación de libertad plena.
Al cumplir la mayoría de edad lo primero que hizo fue ir al banco y abrió una cuenta corriente, aceptando un crédito en línea que se convertiría, en menos de tres meses, en su peor dolor de cabeza.
No sólo fue atrapado por el enamoramiento de su novia, a quien quería demostrarle su cariño con atenciones desmedidas, sino que fue pescado por la trampa bancaria en la cual caen miles de personas en el mundo: gaste ahora y pague como pueda.
¿Pero a quién se le ocurre prestarle plata a un inexperto? Estuve a punto de llamar al gerente para decirle lo irresponsable que era de confiar en una persona sin trabajo estable.
Como padre de familia hago el máximo esfuerzo para enseñarles a mis hijos los peligros de la vida, incluyendo el del mundo financiero. Uno no puede gastar más de lo que gana. Es una fórmula básica de economía, pero pocos entienden esa regla y hacen cuentas alegres comprando sin medida, para después sufrir la pesadilla de los cobradores.
Rufino, un camarero inmigrante, me contó que le llegaron varias tarjetas de crédito por correo, de diferentes bancos y las aceptó emocionado. Las usó como si fuera dinero propio hasta que se agotó el saldo disponible y llegaron las cuentas.
Aunque tenía 3 empleos no le alcanzaba el dinero para cubrir las deudas. Él aprendió la lección cuando aguantó hambre, mendigó favores a los amigos y tuvo que declararse en bancarrota.
Una amiga, que vive de apariencias, teoriza que hay que gozar y gastar porque nada de lo que tiene en el mundo terrenal se lo llevará a la tumba. Yo le sugerí que no dilapide la plata porque tarde o temprano le hará falta y el calvario de un cobrador la puede llevar hasta el sepulcro y tal vez la vayan a buscar a ese lugar los prestamistas.
El sistema capitalista estadounidense convierte a los clientes de bancos en esclavos monetarios.
Pareciera una conspiración comercial. Por un lado llegan ofertas de créditos y tarjetas fáciles de obtener y en forma simultánea surgen los anuncios de rebajas maravillosas (la mayoría falsas) donde invitan a comprar lo que no hace falta.
Una empleada de una tienda en Miami me confesó con ironía que muchas de las promociones son mentiras. Suben los precios pocos días antes de las fechas especiales y después los reducen, poniéndoles un letrero de ¡oferta!
A mi hijo Felipe decidí no taparle más los huecos financieros y que asuma la responsabilidad trabajando duro para que pague sus deudas. !Que aprenda con sudor y lágrimas, pues no quiso escuchar!
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