Estos malos ejemplos decepcionan, pero lo grave es que no son hechos aislados. Es un reflejo de lo que padece México, una cruda realidad que se hace más visible, aunque por años se mantuvo subterránea en las cavernas de la complicidad.

El comandante Gerardo Garay era un héroe mexicano. Viajé con él en helicópteros federales y me mostró cómo, junto a sus hombres, combatía a los carteles de la droga en territorios peligrosos donde el narcotráfico es amo y señor.
Admiraba a Garay, comisionado de la Policía Federal y coordinador de la división antidrogas, porque parecía ser una gota de agua limpia en una cloaca.
Sin embargo, cuando lo acompañé en esos operativos policiales por varios días, me intrigó cómo resistía en medio de tanta suciedad. La respuesta la obtuve en octubre de 2008, en el momento en que Garay y otros funcionarios del gobierno fueron arrestados por servir al cartel de Sinaloa, encabezado por el prófugo Joaquín “El Chapo” Guzmán, a quien supuestamente daba protección.
La última semana de mayo, investigando en México varios casos de narcotráfico, me enteré del arresto de funcionarios públicos, en el estado de Michoacán, por presunta alianza con el narcotráfico. Entre los detenidos hay 10 alcaldes y 18 mandos policiales, un juez y personas de confianza del gobernador, en quienes la ciudadanía había depositado su seguridad.
En este mismo viaje cubrí la fuga de 53 presos de una cárcel de mediana seguridad en Zacatecas. Un grupo armado llegó a la madrugada y los recogió como quien lleva a sus hijos al colegio. Medio centenar de carceleros y el director están detenidos y los investigan por confabulación.
Estos malos ejemplos decepcionan, pero lo grave es que no son hechos aislados. Es un reflejo de lo que padece México, una cruda realidad que se hace más visible, aunque por años se mantuvo subterránea en las cavernas de la complicidad.
Mi camarógrafo comentó: “México está en la cloaca”. Yo le respondí que no me atrevería a decirlo, pero francamente quizás tenga razón. Si México no vive en una cloaca, podría estar cayendo a esa fosa en condiciones más graves que las de Colombia cuando Pablo Escobar, del Cartel de Medellín y los Rodríguez Orejuela del de Cali, corrompían hasta la médula misma del gobierno y los poderes públicos y andaban a sus anchas por el país, intimidando con su imperio séptico.
En medio de la evidente desconfianza mutua me preguntó otro amigo: “¿Quién garantiza que las acciones del gobierno federal no estén dirigidas a proteger a otro cartel en vísperas de las elecciones federales del próximo 5 de julio, cuando se renovará la Cámara de Diputados?”.
Me recordó el rumor que se escucha en las calles: “¿Dónde está “El Chapo” Guzmán?”. Muchos mexicanos creen que su fuga, en enero de 2001, fue auspiciada por el gobierno de Vicente Fox y que Felipe Calderón habría quedado comprometido.
Las acusaciones en todo el país van y vienen. En el caso de los reos fugados en Zacatecas, unos señalan a la gobernadora Amalia García de ayudarlos a salir, mientras otros afirman que Ricardo Monreal, un senador federal por ese estado, es corrupto porque su hermano está involucrado en el decomiso de toneladas de marihuana.
La pugna encarnizada entre los “servidores públicos”, no ayuda a resolver el problema, sino que perjudica a los ciudadanos que lo único que esperan es que los gobernantes cumplan sus promesas. Las acusaciones mutuas favorecen al narcotráfico, porque lo que buscan los delincuentes es desestabilizar, amedrentar y pervertir para seguir violando la ley.
Si todas las teorías conspiradoras tienen un trasfondo de verdad, yo también tendría que admitir que México lindo y querido está en la cloaca, como dice mi camarógrafo.
Si la guerra contra el narcotráfico está siendo usada como arma política para aniquilar a los opositores y la corrupción llega a tan altos niveles como los ciudadanos insinúan, hay que empezar a buscar esconderos a peso.
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