Zelaya le mintió a sus electores, porque fue elegido a través de un partido de derecha y durante su gobierno, más por ambición que por convicción, sufrió una metamorfosis que está llevando a ese país centroamericano a los límites de la dictadura comunistoide.

De todos los disparates que le hemos visto hacer a los discípulos de la escuelita revolucionaria bolivariana, cuyo regente es Hugo Chávez, lo que está haciendo Manuel Zelaya, en Honduras, merece una calificación extra: un 10 con un más a la izquierda.
La razón de mi observación es que muchas de las actuaciones de los alumnos chavistas son incoherentes y las evaluaciones de su tutor resultan positivas cuando van en contra de la democracia, premiando a sus protegidos como estudiantes aventajados de esa escuela de chiflados.
Zelaya actúa como si fuera un gobernante de una república bananera. Se acomoda su sombrero de hacendado y las botas vaqueras y se enfrenta a las instituciones del Estado, en busca de la maliciosa fórmula de eternizar la doctrina revolucionaria en el poder.
Los miembros de la escuelita, sin lugar a dudas, temen que en los comicios de noviembre, ese sistema político podría sucumbir. Zelaya le mintió a sus electores, porque fue elegido a través de un partido de derecha y durante su gobierno, más por ambición que por convicción, sufrió una metamorfosis que está llevando a ese país centroamericano a los límites de la dictadura comunistoide.
Se comportó como un gamonal al echar al más alto jefe militar del país por negarse a cumplir sus instrucciones de darle apoyo logístico, movilizando urnas para la consulta popular del domingo. En los cuarteles hay inconformidad y esto, sin lugar a dudas, amenaza las instituciones de la república.
También actuó como un gamonal al irrumpir con sus “seguidores” en una base aérea con el fin de sustraer el material electoral, supuestamente enviado desde Venezuela, para esa misma consulta.
El procedimiento no fue un acto de valentía, el cual fue aplaudido por sus camaradas, sino un episodio desesperado al ver que las fundaciones legales no le están respaldando y tampoco le dan la razón.
Y todo es por su egolatría de imponer una decisión a la fuerza, planeando convocar a una Asamblea Constituyente para reformar la Carta Magna en las elecciones de noviembre próximo.
Zelaya y sus compañeros prometen “crear una nueva República”, que, sin lugar a dudas, tendrá la manipulación del rector de la escuelita revolucionaria del Palacio de Miraflores, Hugo Chávez, quien además, interfiriendo en asuntos internos, le echa leña al fuego, junto a su mentor Fidel Castro, advirtiendo que «en Honduras está en marcha un golpe de Estado» impulsado por la «burguesía retrógrada» y haciendo un llamado a los «soldados hondureños a que sigan a su presidente». Esto es irresponsable porque propaga el miedo.
El presidente Zelaya tiene la obligación de apagar esas voces incendiarias, incluyendo la suya. No puede rebelarse en contra de las leyes y las instituciones que regulan el derecho, la democracia y la libertad, que en parte le sostienen; tampoco debe ir en oposición al pueblo que lo eligió.
Camino a la dictadura, los catrachos se resisten, mientras algunas fuerzas del Estado se ven confundidas o están ciegas y sordas intencionalmente, acomodadas a intereses particulares.
A los hondureños les recomiendo calma, que la fuerza de la verdad se impondrá.
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