Ya basta de acechanzas contra Colombia por odios. Ya basta de tanta perversidad contra un país que ha librado una guerra por más de 50 años. No más ambiciones personales, ni soberbia, ni arrogancia e insolencia, incluyendo la de los insurrectos.

Como un pequeñín maldadoso que le hace la vida imposible a sus primos y tíos, es el personaje que inquieta y perturba a muchos colombianos.
Es un maestro intrigando y azuzando por Twitter. En los últimos días reveló secretos militares, poniendo en peligro la seguridad nacional, solo con el fin de meterle zancadilla al proceso de paz entre el gobierno y las Farc.
Álvaro Uribe es un pequeño gran incendiario, que ambiciona honores en la historia y quiere ser el único que opina y manda como gamonal en rancho campesino.
Algunos críticos dicen que se opone a los diálogos porque, en su afán protagónico, no es él quien los lidera. Cuando gobernó se acercó a los mismos narcotraficantes y terroristas de las Farc, de manera secreta, pero frente a la negociación de hoy los interlocutores le parecen mentirosos. ¿Entonces, para qué buscó negociar con ellos?
Hay quienes dudan de la disposición real de los guerrilleros comunistas. Recordemos lo que ocurrió en la década de los 80 cuando dialogaron y les hicieron trampa: mataron a más de 3,500 de sus militantes del partido político Unión Patriótica –UP-, formado por ellos para participar en la democracia. Incluso asesinaron a varios candidatos presidenciales, lo cual los dejó prevenidos y con desconfianza de la clase dirigente colombiana.
Entiendo a los escépticos que dudan de ellos. Es desalentador pensar que se pudiesen repetir los errores del pasado. Por ejemplo, cuando premiaron a subversivos y castigaron a oficiales del ejército, lo cual debe corregirse para no generar injusticias. Un eventual acuerdo tiene que vencer la impunidad y sin lugar a dudas respetar y ser indulgentes con las víctimas.
Las fallas de antes son el argumento perfecto del pequeño gran incendiario que está sediento de venganza porque, dice él, a su padre lo asesinaron guerrilleros de las Farc, aunque la verdad podría ser otra: lo habrían matado narcos por un mal negocio.
El futuro de una nación de más de 47 millones de habitantes no depende del rencor de unos pocos ciudadanos biliosos. Ya basta de acechanzas contra Colombia por odios. Ya basta de tanta perversidad contra un país que ha librado una guerra por más de 50 años. No más ambiciones personales, ni soberbia, ni arrogancia e insolencia, incluyendo la de los insurrectos.
Al pequeño gran incendiario ya le vendrá otra oportunidad de gobernar, porque lo volverán a elegir los colombianos amnésicos o con doble moral, quienes desestiman crímenes como el de los “falsos positivos” (Ciudadanos secuestrados y asesinados para mostrarlos como guerrilleros en campo de batalla), en vez de anhelar la paz, todo porque el pequeño gran incendiario lo dice. Esa ceguera es peligrosa para la democracia.
Esos paisanos se hacen los de la vista gorda, cuando se les recuerda que más de una decena de colaboradores de Uribe fueron investigados y algunos condenados por delitos diversos; ignoran que favoreció a sus hijos en jugosos contratos, lo que los hizo más ricos, mientras muchos paisanos son más pobres. Los colombianos no deben ser cómplices de un régimen nepotista ni olvidar que él fue encubridor, por acción u omisión, del nefasto Pablo Escobar, el narcoterrorista vuelto héroe en una telenovela.
Yo le sugiero al pequeño gran incendiario que deje su afán protagónico, casi al borde de la envidia, por ser el líder de la paz; que emplee su gamonalismo para construir concordia, sin enfrentar a los hermanos; que ayude a formar un país equitativo y justo, el cual merece una oportunidad de paz para cambiar el rumbo de su historia.
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