
No es la primera vez que los latinoamericanos fijamos nuestra esperanza en lo que pasa en las tierras del tío Sam en cada elección presidencial. Es como si quisiéramos recibir ayuda siempre.
Pero aquel tío rico que poseía carros lujosos, viajaba por el mundo y de vez en cuando nos mandaba algo para mitigar el hambre y ayudaba a pagar la cuota del vigilante de la cuadra, dejó de serlo.
Fue complaciente con sus sobrinos al permitirles acceso ilimitado a la bóveda donde guardaba el dinero. Ellos, y el propio tío rico, derrocharon en lujos, peleas foráneas y ayudando a socios a esconder la olla podrida. Ahora no tienen con que cancelar deudas.
Los primeros perdedores son los hijos del tío rico que ya no salen a divertirse y tendrán que asumir, chambeando duro, los costos de su educación y salud. También sufren los hermanos mayores, ahora jubilados, que perdieron su plata del retiro y no saben cómo pagar los medicamentos de las enfermedades adquiridas en años de trabajo y muchos de ellos tendrán que volver a laborar.
Pero los grandes perjudicados son los empleados de la mansión, que tienen dos opciones: regresar a sus barrios pobres o conformarse con no enviar dinero a sus familias, mientras se supera la crisis.
En pocas horas se definirá el destino de Estados Unidos. Las encuestas y el conteo del voto anticipado, dan ventaja al demócrata Barack Obama, quien podría llegar a ser el primer presidente afroamericano de este país que arrastra, del pasado, la vergonzosa carga de la segregación racial. Pero sería igual para América Latina que gane él o el republicano John McCain o cualquier otro, inclusive la multimillonaria París Hilton.
Porque ante la bancarrota del tío rico, el gobernante no tendrá suficiente dinero ni tiempo para ocuparse de lo qué ocurra en el patio trasero. Pasarán años para restablecer la economía en la mansión y tenemos que aceptar que vendrán épocas más difíciles en esta recesión global que apenas asoma la cabeza.
Las consecuencias ya las vive Latinoamérica donde las remesas disminuyeron.
“Las familias” que recibían ayuda para pagarle “al vigilante de la cuadra” y evitar que los hijos díscolos distribuyeran lo que producían en el garaje (narcotráfico), también tendrán que prepararse para no recibir más o recibir menos.
Pero, los que deben amarrarse más fuerte a la silla cuando llegue el tsunami del colapso financiero, son los jefes de casa que transitan hacia totalitarismos de izquierda, porque cuando el hambre comience a perforar estómagos, el “comunismo” que intentan imponer será su peor enemigo. ¡Quién los manda a promover el antiamericanismo! No deben confiar tanto en las supuestas ideas socialistas de Obama y creer que les llenará las manos de riqueza. Eso no sucederá.
Aunque sé que primero se obliga arreglar los daños propios en casa, causados por su antecesor y los cómplices de éste, si pudiera hablar con el próximo presidente le recomendaría no ignorar a sus vecinos, porque se enfrenta a un problema mayor: si los olvida se entran en masa a su mansión para buscar qué comer. Si suspende la ayuda para pagar al “vigilante”, el palacete se inunda de droga.
Estados Unidos no debe dejar a Latinoamérica a la deriva en la recesión global que se avecina. Tiene una deuda con Latinoamérica, porque gran parte de la pobreza que afronta la región, ha sido el efecto negativo de las equivocadas políticas económicas del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, entes manipulados por los banqueros estadounidenses, grandes culpables del caos financiero.
La política exterior de Estados Unidos, referente a los vecinos y a los barrios de al lado, debe fortalecerse y no mirarlos como despreciables limosneros.
Sin embargo, temiendo que por ahora el nuevo gobernante no mirará al sur del río Bravo, deberíamos ir pensando en asumir nuestro propio destino y abandonar el exceso de esperanza en el tío rico. Ya somos grandecitos para seguir con la idea paternalista de que nos lleven de la mano siempre.
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