Una de las lecciones de lo que sucedió en Ecuador es que los latinoamericanos tenemos que elegir con sensatez.

Me asaltan muchas dudas frente a los eventos y el desenlace del motín policial en Ecuador. Aunque parezcan tragicómicos, algo está muy serio y no encaja.
Si los hechos hicieron parte de una protesta laboral genuina que se salió de control, aunque los policías luchaban por mejorar los sueldos y aparentemente personifiquen el descontento popular, deberían ser castigados por extralimitarse, incitar a la violencia y poner al país en riesgo.
Por otro lado, si los eventos fueron premeditados, como un acto teatral, escondiendo un complot de Estado para allanar el camino a un aspirante a dictador, se obligan a investigar para juzgar a los responsables y detener la maquinación.
La actitud del presidente Rafael Correa fue sobreactuada. Hizo el papel de verdulero en plaza de mercado, desgarrándose las vestiduras y gritando: ¡mátenme! Poco antes provocó a los huelguistas en la calle retándolos a liarse a puñetazos.
Arrebatados como su “comandante en jefe”, después de hallar la supuesta oportunidad de retenerlo en un hospital, vociferaban “maten a ese cabrón”.
Si esto no hacía parte de una pantomima, tampoco pudo ser un acto tramado desde las huestes opositoras. Sospecho que fue una reacción momentánea por la efervescencia y el enojo general, porque si realmente existió esa intención es raro que nadie se atreviera a dispararle estando armados o mantener el estatus de insinuar el magnicidio para llegar al fin del plan.
No hay que descartar la perversidad de estos nuevos aspirantes a dictadores, quienes ahora acusan a Estados Unidos y a la CIA de preparar el supuesto golpe. Recordemos cuántas veces en crisis internas Hugo Chávez, maestro de trucos y su alumno poco aventajado, Evo Morales, han denunciado amenazas de atentados e intrigas para tumbarlos.
Muchos sospechan que Chávez simuló un derrocamiento de 47 horas el 11 de abril de 2002 para identificar a sus enemigos y ganar la consideración popular.
Lo que sucedió en Ecuador, podría ser una versión orientada a convertir a Rafael Correa en una víctima y poner de su lado a la ciudadanía. Hay una coincidencia: desde julio pasado viene advirtiendo que disolverá el congreso y convocará a elecciones, acusando a la oposición de obstruir sus leyes.
Es la escuela de Chávez que amañando los estatutos y la constitución, ha ido controlando las instituciones para aferrarse al poder en lo que yo cito como un golpe de Estado democrático.
Una de las lecciones de estos incidentes es que los latinoamericanos tenemos que elegir con sensatez. No entregar nuestro destino a individuos histéricos y camorristas de barrio bajo, que pierden el control y patean en los genitales a su rival, como el mal ejemplo que dio Evo Morales hace pocos días jugando un partido de fútbol amistoso.
Por otra parte, si Correa no preparó el motín, le cayó como anillo al dedo. Los policías “le pusieron en bandeja de plata” la justificación para magnificar los sucesos, capitalizándolos en su plan de perpetuarse en la presidencia.
El tono vengativo de Correa, “no habrá perdón ni olvido”, augura malos tiempos para esa nación. Los ecuatorianos podrían estar a las puertas de una época oscura.
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