Los dirigentes y la sociedad centroamericana deben señalar a los culpables y poner un escudo para lograr contrarrestar la llegada del narcotráfico que entró a casa como un huésped indeseado.

Entró como el bandido sigiloso que se ganó la confianza de la familia, se ofreció a reparar las goteras de la casa, pagó la fiesta de la quinceañera y sin despertar sospecha ni de la propia víctima, le quitó la inocencia a la vista de todos.
Así, como Pedro por su casa, el narcotráfico penetró la sociedad, la política y la economía de casi todos los países centroamericanos, dejando a su paso el mismo escenario sobrecogedor de víctimas y destrucción que ha diseminado en otras naciones.
Lo inquietante es que muchos de los capos que permearon la vida cotidiana de esos países son extranjeros que huyeron de Colombia y México, hallando tierra fértil para corromper y echar raíces.
El primer indicio de que se mudaron a la región lo noté por el inusitado desarrollo urbanístico, los carros lujosos y las mujeres exuberantes al lado de individuos ordinarios. El segundo campanazo de alerta fue cuando comenzaron a matar y a dejar rastros de sangre, por el ajuste de cuentas y para amedrentar a quienes se niegan a aceptarlos.
Pero hay quienes no tienen moral, se dejan encandilar por la codicia y sabiendo que “son ellos” simulan sordera y ceguera. Lo mismo sucedió en Colombia e igual en México.
Hay dinero en grandes cantidades y seguirá llegando, pero lo que esos corruptos no perciben es que el negocio del narcotráfico está maldito de principio a fin y quien ose de ambicioso y lo acepte terminará mal.
Policías y funcionarios de Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras y Guatemala, son blanco del crimen organizado para establecer sus raíces de horror en esa tierras.
En Panamá la violencia no se ha extendido demasiado porque, por ahora usan el territorio como un eje neutral donde lavan dinero. Pero el resto de países, que sirven de puente para embarcar la droga hacia Estados Unidos y Europa, se están convirtiendo en focos de violencia indiscriminada.
En Guatemala y Honduras hay una lucha intestina entre corruptos para que sus “protegidos” puedan conservar el poder en la región.
El jefe de investigaciones de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala, CICIG, Carlos Castresana, renunció a su cargo porque no tuvo apoyo del Estado para su trabajo, no sin antes acusar al fiscal general Conrado Reyes de tener vínculos con el crimen organizado, revelando sólo algunos detalles de todo lo que puede saber.
Álvaro Colon, presidente de Guatemala, destituyó a Reyes, aunque él lo eligió para ese cargo. El ex fiscal dice que las imputaciones son «falsas y sin fundamento» y reta a la CICIG a mostrar pruebas.
La presidente de Costa Rica, Laura Chinchilla, es una de las primeras en admitir la miedosa realidad: “La guerra contra el narcotráfico se librará en Centroamérica”.
En una actitud valiente, Chinchilla le quita la máscara al problema diciendo que la llegada de mafias colombianas y mexicanas aumentó la criminalidad en su país.
Como ella, otros dirigentes y la sociedad centroamericana deben señalar a los culpables y poner un escudo para lograr contrarrestar la llegada del narcotráfico que entró a casa como un huésped indeseado.
Si no lo hacen a tiempo llegará un momento en que no podrán arrepentirse y tendrán que pagar caro por su complicidad.
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