Es profundamente preocupante que la historia se repita. Las Farc se fortalecen, se rearman, se oxigenan amparadas por Cuba, el chavismo venezolano, por quienes buscan dividendos electorales y los que viven de la guerra.

Mi madre decía “bueno es cilantro pero no tanto” y creo que aplica a lo que atraviesa Colombia con el asunto de los diálogos de paz. En La Habana, después de nueve meses de pláticas entre el gobierno, los avances son pocos y las Farc siguen dilatando.
Los críticos, o más bien los enemigos acérrimos de esta negociación, se frotan las manos al olfatear el fracaso. Demorando, la guerrilla autentica a los guerreristas que vaticinan el descalabro que se avecina del presidente Juan Manuel Santos, un poco obsesionado con lograr un acuerdo, tal vez con el propósito de ser reelegido.
Pero, la paz no es un asunto político. La paz es justicia social y no con los subversivos asesinos y narcotraficantes, sino con el pueblo, los campesinos y los indígenas que por décadas han sido víctimas de la violencia, les despojaron tierras y han tenido que irse a vivir a las ciudades más pobremente de lo que eran.
Para callar a los adversarios el presidente Santos hizo alarde de un primer punto de seis: Reforma Rural Integral. Esperemos que no sea la cesión de grandes territorios para que los comunistas hagan otra república independiente, como operó en ciertas épocas, donde ellos eran la ley y el orden.
Suena muy bonito en papel: “transformaciones radicales de la realidad rural y agraria de Colombia con equidad y democracia”, “centrarse en la gente, el pequeño productor, el acceso y distribución de las tierras, la lucha contra la pobreza, el estímulo a la producción agropecuaria y la reactivación de la economía del campo”. Todo lo que el Estado tiene la obligación de ofrecer.
Pero, curiosamente, no se plantea en el tema del narcotráfico. Las Farc cínicamente se burlan del pueblo al negar que es una de sus principales fuentes de financiación, después del secuestro y la extorsión. Mienten una y otra vez. Desde 1985, cuando periodísticamente comencé a explorar territorios en busca de confirmar esas alianzas, hallé evidencias de cómo las Farc protegen cultivos y laboratorios.
Sospecho que el presidente Santos tiene, en el fondo, dudas de la victoria y en los últimos días se le ocurrió plantear un referéndum popular con el fin de confirmar los eventuales acuerdos que apenas llegaron al segundo punto, la participación política. Los rebeldes, siempre maliciosos y temiendo que se conozca la verdad que no representan a la mayoría, resolvieron darle “una pausa” a las pláticas en La Habana y el gobierno pidió al equipo negociador regresar a Colombia.
Quedó en veremos el tercer punto: el fin del conflicto, cese al fuego bilateral y la dejación de armas. Muy oportuna la suspensión del diálogo.
La intención de Santos es legítima porque, como bien dice: “la paciencia de los colombianos tiene límite”, pero, convocar a un consulta popular en elecciones, sin lugar a dudas, estimulará el proselitismo armado.
Es profundamente preocupante que la historia se repita. Las Farc se fortalecen, se rearman, se oxigenan amparadas por Cuba, el chavismo venezolano, por quienes buscan dividendos electorales y los que viven de la guerra.
Recordemos que la hipocresía es la cínica máscara del bandolero y quienes participan en estos bailes de mentiras son cómplices de la injusticia.
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