No es un secreto que detrás de la andanada terrorista del autodenominado Estado Islámico, hay poderosos intereses económicos de las mafias petroleras y los traficantes de armas. Por otra parte, es una organización sin líder visible, lo cual la hace más peligrosa.

Me simpatizaba Barack Obama y no porque yo hubiese militado en el partido Demócrata (ni en el Republicano; como periodista trato de mantenerme imparcial). Tampoco me simpatizaba porque me duele el pasado vergonzante de los Estados Unidos con respecto a la discriminación y al elegirlo podría haber aliviado las tensiones raciales. No. Me parecía un dirigente honesto que cambiaría el rumbo de esta nación.
Llega un momento que el asunto no es de simpatías sino de resultados. Me preocupa la ambigüedad de sus decisiones. De cómo la “nueva” amenaza terrorista lo tomó por sorpresa. Me molesta el incumplimiento en las promesas de campaña; su precaria firmeza política y social, y la ausencia clara de un liderazgo nacional e internacional.
Se ha equivocado en aplazar la reforma migratoria y en echarles la culpa a sus opositores republicanos. Pareciera que tiene miedo de ejercer el cargo como Presidente en toda la extensión de su obligación. Sabemos que él no tiene el control absoluto del poder, pero se necesita un gobernante “con más pantalones”, como diría mi mamá.
Se ha equivocado en su política económica que nos mantiene al borde de otra crisis financiera. No da pie con bola para detener la espiral alcista en los productos básicos de la canasta familiar, por ejemplo.
Se equivocó con su plan de salud que, aunque en un comienzo parecía ser una alternativa positiva para los pobres, desmenuzándolo y mirándolo con lupa más bien parece un plan ideado por mentes de la izquierda, cuyas consecuencias veremos en un futuro.
Se ha equivocado en haber mantenido la mano tendida a los musulmanes radicales mientras los grupos terroristas fundamentalistas crecían a la vista de todos. Dudo mucho que la CIA no le haya informado a Obama sobre esta amenaza para “la seguridad nacional”, frase usada en su alocución en televisión para justificar la ofensiva aérea contra el autodenominado Estado Islámico.
Ahora viene con toda la “verraquera”, como decimos los colombianos, para contrarrestar a los enemigos que antes no veía: “Reduciremos y en última instancia destruiremos al Estado Islámico a través de una sostenida e integral estrategia anti terrorista”. Recuerdo el rostro de Obama al terminar esa intervención televisada: parecía haber sido obligado a tomar una decisión que contradice sus pensamientos e idolologías pacifistas.
Ya me había causado pánico la analogía que usó cuando en una entrevista a la revista The New Yorker, en enero pasado, el presidente comparó el Estado Islámico con un equipo de baloncesto compuesto por aficionados.
La gran pregunta es cómo en pocos meses el EI o Isis, como lo quieran llamar, dejó de ser un equipito de segunda para convertirse en la peor amenaza del “campeonato” en la mente de Obama.
No es un secreto que detrás de la andanada terrorista del EI, hay poderosos intereses económicos de las mafias petroleras y los traficantes de armas. Por otra parte, es una organización sin líder visible, lo cual la hace más peligrosa.
Más pánico me causó Obama cuando en agosto pasado admitió que el país más poderoso del mundo no tenía estrategia para combatir a esos terroristas.
¿Quién aconseja y asesora a Barack Obama? o ¿Es víctima de un chantaje?
Por ahora, seguiremos intrigados por los grandes enigmas del presidente, su ambigüedad y sus verdaderas pasiones políticas y sociales.
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