Me da risa tanta alharaca por una isla siempre olvidada

Archipiélago de San Andrés
San Andrés Isla. Fotografía de El Tiempo.

Por pura coincidencia la familia Guerrero de Medellín, Colombia, tiene su casa colindante con la familia Guerra de Chinandega, Nicaragua, en una comunidad en Miami. El año pasado tuvieron un encontronazo, haciendo honor a sus apellidos con significado belicoso, por una cerca del patio trasero.

Los Guerra le reclamaron a los Guerrero por qué se apoderaron de la zona común que limita con el lago artificial y lo cual no les permitía andar libremente y caminar hacia el parque infantil.

Después de sucesivos altercados y de ingerir antiácidos para sobrellevar la rabia, llegaron a un acuerdo. Los Guerrero colocaron la cerca en su sitio y entre todos hicieron una mesa para meriendas, donde ahora se sientan amistosamente y hacen asados.

Cuando me relataron la historia me reí porque parecía una broma simbólica del conflicto limítrofe que desde hace décadas enfrentan a Nicaragua y a Colombia por temporadas (Los presidentes siempre utilizan ese viejo problemita para encubrir las dificultades internas).

La isla de San Andrés y sus alrededores, poblada inicialmente por descendientes africanos, ha estado envuelta en litigios y arreglos territoriales desde la independencia en 1821. En el siglo diecinueve hubo acuerdos con España e Inglaterra, hasta llegar al tratado de 1928 (Bárcenas-Esguerra), donde Nicaragua reconoce la soberanía de Colombia sobre San Andrés. A partir de los 60, se volvió en un sitio turístico y de libre comercio. El gobierno colombiano impulsó la inmigración de comerciantes que fueron estableciéndose y desplazando a los nativos. Además del turismo, por obvias razones, las aguas son ricas en pesca. Y para rematar, se rumora que en la plaforma submarina hay petróleo. Eso la hace una zona «apetitosa».

Nicaragua afirma que el tratado de 1928 es inválido porque Estados Unidos ejerció presión militar, en aquel tiempo, para que se firmara ese convenio. A pesar de esto, Colombia ganó una discusión, el pasado diciembre, cuando el Tribunal de Justicia de la Haya, dictaminó que es legítimo.

Nicaragua también cantó victoria porque, aunque parece que Colombia ganó, le queda la esperanza de luchar por el archipiélago de San Andrés (los cayos de Quitasueño, Serrana y Roncador).

Colombia argumenta que el tratado de 1928 no incluyó los cayos, porque sostenía otro litigio con Estados Unidos, resuelto en 1972 cuando los gringos reconocieron la soberanía colombiana. Ya con eso podemos descartar que allí hay Petróleo. Si lo hubiera, Estados Unidos no entregaría esos cayos ni por el chiras. La pelea es por turismo y por pesca.

Me da risa tanta alharaca de Daniel Ortega, advirtiendo que sus compatriotas están dispuestos a derramar sangre y más risa me da la intimidación de Álvaro Uribe al amenazar con barcos a unos pescadores humildes. La armada colombiana debería estar combatiendo el narcotráfico.

Ninguno de los dos países tiene la suficiente fuerza naval para defender tanto territorio marino y menos enfrentarse en una guerra vana e irreal.

Me sigo riendo porque mientras los dos gobiernos andan enfrascados en una pelea que desgasta a ambos, sobre una línea limítrofe imaginaria en el mar (el meridiano 82), en la propia isla sus habitantes ignoran esa disputa, ajena a ellos, de la cual sólo reciben beneficios cada vez que aumenta “la tensión”. Por ejemplo, de Colombia mandan funcionarios para ofrecer plata y obras y después regresa el abandono estatal y en Nicaragua se vuelven importantes los pescadores, olvidados durante décadas. El pan de cada día.

Además, entre los nativos se esconde un deseo independentista. Algunos ven esto utópico, porque entre los 100 mil residente, sólo un tercio son oriundos.

Los mandatarios Latinoamericanos deberían seguir el ejemplo de los Guerra y los Guerrero, quienes dejaron de pelear basados en una filosofía simple: “somos vecinos, somos latinos, ¿por qué tenemos que vivir como perros y gatos? “Decidimos sacarle provecho al lugar por partes iguales”.

Uniéndose, podrían explotar los recursos naturales, organizar empresas conjuntas de pesca, aliviando en parte el hambre de las dos naciones.

Que no suceda lo que les pasó a otras familias de Miami, los Macon y los Jackson, que a comienzos de febrero finalizaron una guerra territorial que libraron durante un año. Macon sacó una pistola y le disparó a Jackson. Los dos perdieron: uno se fue al cementerio y el otro a la cárcel.

Raúl Benoit
Sígueme
Últimas entradas de Raúl Benoit (ver todo)
Compartir

Raúl Benoit

Periodista y escritor colombiano de origen francés. Se ha destacado en televisión latinoamericana, como escritor de libros y columnista de periódicos del mundo.

Leave a Reply

Your email address will not be published.