Hugo Chávez sabe muy bien que al dejar tomar aliento a los guerrilleros colombianos en territorio venezolano, favorece su plan de extender la utópica revolución bolivariana por América.

Por años los gobiernos colombianos, antes de Álvaro Uribe, manejaron con guantes de seda las relaciones con Venezuela y en ocasiones se excedieron de blandos. Algunos le llaman diplomacia.
Esto lo sabe Hugo Chávez y lo envalentona a insultar y a provocar, sabiendo que desde Colombia hubo silencio o cabeza agachada en el pasado.
De las cosas buenas que le admiro a Uribe es que tiene pantalones para hablar de frente y resolver los problemas sin miedo. El sucesor, Juan Manuel Santos, mientras ejerció como Ministro de Defensa, también enfrentó a los enemigos del país y a los que los encubrían.
No creo que Uribe y Santos estén peleando. La revelación del primero, que muchos ven como inoportuna, sobre la complicidad de Hugo Chávez con los terroristas, en especial con los de las Farc, es una estrategia para que el vecino sepa con quién se está metiendo.
Cuando Uribe dice que “Para hablar de hermandad no puede haber criminales de por medio”, se refiere a esa doble moral de Chávez, quien protege a guerrilleros y narcotraficantes para sacar provecho de ellos, pero los extradita o aparecen muertos en el momento en que dejan de ser útiles.
La presencia de terroristas y secuestradores en Venezuela no es nueva. Es nuevo un gobierno que los oculta y después fanfarronea que romperá relaciones para tapar la verdad.
Bien saben mis lectores que Uribe no es Santo de mi devoción por determinados puntos de su política de seguridad democrática, su avenencia con paramilitares y la persecución indiscriminada a campesinos y líderes sindicales sólo por sospechas de ser de izquierda.
No por eso ignoro su campaña contra los bandoleros de las Farc, que no son el ejército del pueblo y lo único que pretenden es llenar sus bolsillos de dinero con los crímenes que cometen.
Chávez sabe muy bien que al dejarlos tomar aliento en territorio venezolano, favorece su plan de extender la utópica revolución bolivariana por América. A principios de los años 90, comenzó a liarse con rebeldes comunistas colombianos y copió “los ideales” sediciosos de formar un ejército popular, proyecto fracasado en mi país.
Ahora intenta generar conflicto entre hermanos. Profanó la tumba del venezolano Simón Bolívar para averiguar, primero si el ADN es el correcto y segundo si el Libertador murió envenenado y no de tisis. Para alimentar el odio entre los pueblos, planea culpar tardíamente de asesinato al prócer colombiano Francisco de Paula Santander, “El Hombre de las Leyes”, inmortalizado en la historia como el civilista de la independencia frente al enfoque militarista de Bolívar.
A Chávez le pasa lo que al marido infiel cuando la mujer lo descubre acostándose con la mucama. Al sentir el dedo acusador reacciona con violencia, grita, amenaza y culpa de adulterio a su esposa.
Si por alguna razón Santos piensa volver a la diplomacia blanda para bajar tensiones, le sugiero no dar un paso atrás en la férrea palabra de Uribe de exigirle explicación a Chávez frente a las pruebas de encubrir guerrilleros en territorio venezolano.
Colombia no puede manejar una política laxa sólo por proteger el comercio entre ambos países. También hay que salvaguardar la dignidad nacional.
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