
Si una revolución necesita del pueblo para triunfar, ¿por qué las Farc continúan en la guerra si en Colombia la mayoría repudia a esa guerrilla terrorista?
La respuesta es simple: muerta la ideología, sus comandantes defienden intereses personales. Ellos no saben hacer nada más que la guerra, porque muchos crecieron entre la rebeldía comunistoide, el narcotráfico y el secuestro, muy buena forma de vida para gente que tiene engendrado en su corazón el resentimiento social y se alimenta de la codicia.
Por eso me reviento de la risa cuando la ingenuidad de ciertos paisanos míos, se convierte en idiotez, creyendo que, al liberar a ciertos rehenes, los subversivos quieren negociar.
Los jefes de las Farc no tienen planeado dejar las armas, primero porque es buen negocio, segundo porque en el pasado lo intentaron y los engañaron y tercero porque la prolongación indefinida de la guerra popular (léase continuación del negocio) fue pactada en la séptima conferencia en 1982 y todavía está desplegándose y vigente, aunque para los analistas “violentólogos” (nuevo título dado a expertos en violencia) haya tomado otro camino; de acuerdo a ellos, los jefes perdieron la noción de la realidad.
Lo que hicieron las Farc fue deshacerse del mayor error de su historia: los secuestrados políticos (por los únicos que el gobierno hizo operativos contundentes). El objeto es quitarse de encima la presión militar, reforzar tropas y volver a controlar territorios, pero no para liberar al pueblo del opresor inexistente, sino para ampliar su eje criminal: secuestros económicos, cultivos y laboratorios de cocaína y heroína.
Podría llamarse a esta nueva etapa “el bazar de los idiotas versión 2009”, parodiando el libro del escritor Gustavo Álvarez Gardeazábal, una novela que es una burla por lo tontos que hemos sido los colombianos a través del tiempo.
El nuevo bazar está siendo fraguado por la senadora Piedad Córdoba, quien tal vez no tenga malas intenciones (dándole el beneficio de la duda), como sí las esconden sus amigotes de la selva.
Para colmo de males, la idea la publicitan ciertos sectores de la gran prensa de mi país, encubridores y cómplices de las mentiras oficiales. Le hacen creer a la gente que la subversión está diezmada y que podríamos estar entrando a una nueva era para sentarse a conversar.
Es cierto que las Farc han sido golpeadas y retrocedieron por lo menos 10 años. Retornaron a las tácticas básicas de la guerra de guerrillas, como por ejemplo, mandar mensajes con estafetas porque los teléfonos satelitales, celulares y la Internet son vulnerables.
Es cierto que ya no existen esos fortines cómodos, como el que bombardeó el ejército donde murió Raúl Reyes. Ahora andan como ratas escondidas en la manigua, pero esa ha sido su forma de “luchar” siempre.
Es cierto que un número considerable de milicianos desertó, pero no la gran cifra que dice el gobierno. Muchos de los que muestran como insurgentes arrepentidos son actores arreglados. La milicia básica permanece y todavía hay reclutamiento.
La razón es porque la subversión colombiana surge por la falta de oportunidades educativas y laborales, lo que trae pobreza. Esto no ha cambiado. Un 80 por ciento de la población sigue siendo pobre. Entonces, el caldo de cultivo todavía está vivo y por eso muchos resuelven volverse mercenarios de la muerte.
Si continúan insinuando que “llegó la hora de oírlos”, estamos a las puertas de asistir a un nuevo “bazar de los idiotas”, permitiéndole a los rebeldes volverse a organizar.
A no ser que el gobierno y sus consejeros militares estén preparando otra celada como la del pasado cuando los guerrilleros de las Farc y el M-19 firmaron un acuerdo de paz a finales de la década de los 80.
En ese tiempo, después de consolidarse el pacto, a los que dejaron las armas y se re-integraron a la sociedad, escuadrones de la muerte los fueron matando hasta casi exterminarlos.
Sería eternizar ese círculo vicioso de la violencia, multiplicando más el resentimiento y el odio.
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