Con los miedos que guardan los viejos políticos que dicen conocer el sufrido pasado de los pueblos latinoamericanos, nos advierten, desde sus cómodos condominios de Miami, que la izquierda se está vigorizando.

Pronostican que el continente se convertirá en una gran Cuba o peor aún, en una imitación de la amenazante revolución Bolivariana de Hugo Chávez.
No creo que haya un complot para tomarse el poder poco a poco en Latinoamérica, pero sí hay un evidente giro a la izquierda y ante esa transformación política en el continente debemos abrir los ojos y oídos, estando vigilantes, pero también darles la oportunidad a los que ofrecen la nueva alternativa.
Sin embargo, como lo he escrito en otras ocasiones, no podemos esperar milagros de los gobiernos socialistas. Ellos tampoco tienen la fórmula mágica para llenarnos el refrigerador de comida de la noche a la mañana, más aún, en países donde se ha heredado la corrupción como un estilo de hacer política y donde los burócratas trabajan con esmero para no dejarla escapar de sus manos.
Sin advertir los posibles riesgos, los electores de algunas naciones latinoamericanas resolvieron dar ese viraje en sus preferencias en las urnas. El origen de la transición hacia el socialismo es el resultado del desengaño colectivo de la gente cansada de oír que sus gobernantes son corruptos y de sufrir discriminación social, hambre, desempleo y abandono estatal.
El gran responsable no es Cuba que exportaba revoluciones. Esa no es la realidad del siglo veintiuno. La culpa es de los dirigentes que no paran de robar. En Venezuela, por ejemplo, por décadas desvalijaron la riqueza petrolera, repartiéndola entre familias que creían ser dueñas de un latifundio.
De esa inconformidad surgió Chávez, ahora convertido en un gobernante radical y totalitario que arrebata libertades, coarta la libre expresión y amenaza con expropiar tierras, empresas y capitales, para convertirlos falsamente en patrimonio del Estado.
Pero no todos son tan malos como Chávez. Los sistemas socialistas moderados, dirigidos por hombres o mujeres capaces, que usan las aplicaciones buenas del capitalismo, contribuyen a un mejor desarrollo de las naciones. Ejemplos son Michelle Bachelet en Chile, Luiz Inacio Lula da Silva en Brasil y podría serlo Mauricio Funes en El Salvador.
El socialismo puro no ha sido la panacea. Una prueba es como Suecia esta desarmando el esquema socialista. El cambio fue decidido por el pueblo, que impuso un premier de centro-derecha en las elecciones pasadas, después de ser gobernado por la izquierda durante 65 años, demostrando estar fatigado de vivir en el confortable “modelo económico”.
“Admitámoslo, camaradas, la modernidad o la globalización no son un invento imperialista. Son realidades y está en nosotros transformarlas en oportunidades”, dijo la presidenta Bachelet, de Chile, en un discurso de la Internacional Socialista.
Cada vez que surge un candidato de izquierda en Latinoamérica, suenan alarmas de terror. Pero hay que analizar qué tipo de socialista gobernará.
Por otra parte, ante el desencanto causado por los corruptos, no debemos dejarnos fascinar por el primer candidato que aparezca, porque quizás esconda tenebrosos intereses y el destino de nuestras naciones podría dirigirse hacia una crisis peor.
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