Sentado a la siniestra del Libertador Bolívar

Hugo Chávez y el Libertador
Hugo Chávez y cuadro de Simón Bolívar.

¿Es Chávez un hombre peligroso para América por creer que el Libertador lo acompaña, lo aconseja y come a su lado? No sé si calificarlo de peligroso por eso, pero sus actuaciones de los últimos años hacen temer que su fascinación por Bolívar va más allá de la simple pasión, porque tiene visos de locura.


Sentados en una mesa, asistiendo a una comida privada en San Cristóbal, Venezuela, unos comensales no entendían por qué el homenajeado principal pidió con vehemencia dejar la silla vacía a su diestra.

Parecía un capricho de una persona con agüeros y le dieron gusto, porque, en aquella época, admiraban al personaje que estaba a punto de ganar la presidencia de su país e iba a cambiar las costumbres malsanas de una política corrupta que se robó el petróleo y empobreció a la gente.

Los anfitriones le siguieron el juego, se esmeraron al punto de ponerle cubiertos adicionales y ordenaron a los camareros servir al invitado invisible una buena porción de comida y una copa de vino, aunque no sabían su gusto por la vid.

Sin embargo, todos comenzaron a preocuparse cuando el homenajeado solicitó con arrebato y exaltación, un brindis para el convidado incorpóreo: ¡por una América unida, Libertador!

El dueño de casa, un abogado y empresario que apoyaba la campaña presidencial del homenajeado, sintió un estremecimiento que le subió de los pies a la cabeza y no fue por la supuesta presencia del ser etéreo, sino por la aparente chifladura de su invitado principal: el Coronel Hugo Chávez Frías.

Como si fuera normal, Chávez le dijo a los comensales, quienes abrieron sus ojos como si hubieran visto un espanto de verdad, que el Libertador Simón Bolívar lo acompañaba con frecuencia a sus cenas.  Hasta ese día supo el anfitrión que su candidato, por quien invirtió parte de su fortuna, estaba deschavetado (valga el término).

Cuando me contó este cuento, en la Florida, el abogado me reveló que los escalofríos fueron aumentando a medida que pasó el tiempo y ahora vive en un estado de vergüenza y abatimiento por ver sin rumbo a Venezuela, por la cual él trabajó toda su vida.  Calificó a Chávez de “sociópata”.

Tratando de ser buen reportero investigué entre paisanos suyos si este cuento era cierto y varios me confirmaron que a la diestra, con frecuencia, Chávez sienta a Bolívar.

¿Es Chávez un hombre peligroso para América por creer que el Libertador lo acompaña, lo aconseja y come a su lado? No sé si calificarlo de peligroso por eso, pero sus actuaciones de los últimos años hacen temer que su fascinación por Bolívar va más allá de la simple pasión, porque tiene visos de locura.

Lo que ocurrió en Chile cuando fue mandado a callar por Juan Carlos de Borbón (bien merecido y no porque haya sido el Rey), demostró que Chávez no tiene diplomacia y para gobernar hay que poseerla.

Lo que sucedió con la mediación entre Álvaro Uribe y las Farc, comprobó que no tiene tacto y ni siquiera respeto por las soberanías de otras naciones. Llamó a los Generales de Colombia, para pedir información de seguridad nacional. Esto sí es estar deschavetado. Debió comunicarse con Manuel Marulanda, alias “Tirofijo”, con quien parece tener más afinidad.  ¿Pero a dónde lo llama? ¿Al infierno? Con los contactos sobrenaturales que parece tener, tal vez es posible.

Lo que ocurre día a día cuando coarta las libertades individuales y amenaza a periodistas y opositores, patentiza lo que muchos creen: Chávez camina en la peligrosa línea entre la sinrazón y la esquizofrenia.

En ese contexto, me imagino al mandatario venezolano, departiendo animadamente en una comida íntima, ellos solitos, en el Palacio de Miraflores en Caracas, con Bolívar riendo a carcajadas, sorbiendo vino francés y planeando estrategias para renacer la idea Bolivariana de crear un bloque de países latinoamericanos socialistas.

Me imagino a Bolívar «satisfecho» por imponer ese socialismo como eje de un gobierno totalitario y tiránico, «feliz» porque, en este 2007, en los supermercados comienzan a escasear ciertos productos básicos de la canasta familiar: leche, carne, mantequilla, etc.

Me imagino al Libertador «radiante y contento» de ver su patria dividida y al borde de choque social.

Me imagino a Chávez sentado a la siniestra de Simón Bolívar.

De la manera que él lo vislumbra más me figuro a Bolívar revolcándose en su tumba. Dios proteja a América, desde la Patagonia hasta Alaska, para que nunca aparezcan etéreamente en las comilonas de Chávez (u otros presidentes latinoamericanos), personajes de la talla de Mao Tse Tung, Lenin, “Tirofijo” y hasta el mismísimo Benito Mussolini o Hitler, hablándole al oído y dándole consejos para fortalecer las ideas de convertirse en Emperador. Sería como traer el infierno al “continente de la esperanza”.

Raúl Benoit
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Raúl Benoit

Periodista y escritor colombiano de origen francés. Se ha destacado en televisión latinoamericana, como escritor de libros y columnista de periódicos del mundo.

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