El pesimismo y anti patriotismo que destila el ex presidente Álvaro Uribe como un veneno en las redes sociales, es evidente también en los escenarios donde dicta conferencias, intentando dejar a Colombia como una nación caótica, exportando mala imagen al exterior, solo con la intención revanchista y vengativa contra el presidente Juan Manuel Santos, que no quiso seguirle el juego.

Sus ojos me miraron primero con sorpresa y sobresalto y después con furia y soberbia. Creí que intentó acercarse pero se arrepintió. Quien la debe la teme, decía mi mamá.
En medio de un ejército de guardaespaldas exagerado en un recinto privado y estrecho, el salón ejecutivo del Hotel Tequendama de Bogotá en el piso 17, ante su turbación de por qué yo estaba en Colombia, estuve a punto de decirle que como ciudadano es mi derecho y privilegio, que no se alterara por mi presencia porque yo no era un espía de nadie sino un periodista que, como huésped, casualmente buscaba comer un bocado y que con certeza no era el ex presidente Álvaro Uribe el plato que apetecía porque me indigestaría.
Minutos antes, él había terminado una reunión privada con su pupilo, el ex candidato presidencial de Colombia por el Centro Democrático, Óscar Iván Zuluaga, cuyo hijo, David, ex gerente de la campaña reciente de su padre, ese día rendía indagatoria en el consulado colombiano en Nueva York por las interceptaciones telefónicas de un hacker en la campaña electoral de 2014. En el hotel de Bogotá hablaban de cómo enfrentar el lío jurídico, mientras el hijo de Zuluaga en Estados Unidos declaraba ante la fiscalía lo que le ordenaron desde Colombia: “Es una persecución política”. “El hacker es un mentiroso”. “Se construyó una injusticia con mentiras”.
En una ironía del destino, a pocos pasos de la reunión privada entre ellos, mientras yo comía, escribía un artículo sobre otras “chuzadas”, como le llaman en Colombia al rastreo o escucha ilegal de llamadas telefónicas, las cuales ocurrieron en el gobierno de Uribe, entre 2007 y 2009, para vigilar y perseguir a sus opositores.
El personaje clave de esas otras “chuzadas” es María del Pilar Hurtado, ex directora del servicio secreto de Colombia –DAS-, de quien también hablaron Uribe y Zuluaga en su tertulia reservada. Hurtado se entregó recientemente y esto tiene nervioso y mucho más paranoico a Uribe de lo que es, porque si ella se cansa de guardar secretos y revela lo que sabe del espionaje que ejecutó, Uribe podría verse en aprietos. La ex directora del DAS se refugió en Panamá desde finales de 2010, donde Uribe movió sus influencias con el presidente Ricardo Martinelli para que le diera asilo a su protegida, el cual fue revocado por la Corte Suprema de Justicia a mediados de 2014 y extraditada a Colombia este año.
Con su estilo autoritario pero a la vez populista, Uribe, llamado con cariño Varito por antiguos amigos, fue y es un encantador de serpientes, logrando hipnotizar a ciertos colombianos que lo siguen con la furia con la cual él lleva su actividad pública y política.
A veces me da pena con el ex presidente porque su vida está rodeada por el caos jurídico; se la pasa defendiéndose de acusaciones y señalamientos legales, por lo cual sospecho duerme poco, pero, quién lo manda a no ser claro y obrar con rectitud cuando gobernó… y después.
Sin embargo, creo que el menor problema de Uribe es comprobar si ordenó o no las “chuzadas”. El gran peso es su pasado sombrío que data de la época de Pablo Escobar, quien lo llamaba Varito. Uribe tiene sobre los hombros la sospecha de su conducta impropia cuando fue director de la Aeronáutica Civil, desde donde habría autorizado licencias para volar aeronaves y permisos para construir pistas aéreas, lo que facilitó a los narcos, como Escobar, el envío de cocaína al exterior con libertad y en gran cantidad.
Además de lo anterior, la lista de señalamientos contra Uribe es larga y continúa con el apoyo a los paramilitares cuando fue gobernador del departamento de Antioquia entre 1995 y 1997. Sigue con las acusaciones por nepotismo al favorecer a sus hijos y parientes. Después con los falsos positivos y posteriormente la cantidad de funcionarios suyos investigados o condenados. Por esas razones no me sorprende que muchos colombianos ya no le comen cuento a Uribe, porque despertaron del encantamiento y algunos están pasmados de ver cómo a través de Twitter muestra el cobre y su verdadera personalidad falaz de arrasar con todo para recuperar el poder.
Uribe está obsesionado con boicotear el proceso de paz al punto que saldrá del país con un grupo de parlamentarios del Centro Democrático para denigrarlo en el exterior, aunque el Congreso le negó el permiso para salir de Colombia.
El pesimismo y anti patriotismo que destila Uribe como un veneno en las redes sociales, es evidente también en los escenarios donde dicta conferencias, intentando dejar a Colombia como una nación caótica, exportando mala imagen al exterior, solo con la intención revanchista y vengativa contra el presidente Juan Manuel Santos, que no quiso seguirle el juego.
Tarde o temprano Uribe tendrá que rendir cuentas ante la justicia del país o frente a una corte internacional y deberá pedir perdón al pueblo por crímenes de Estado, por abuso de poder, por radicalizar y enfrentar a los ciudadanos, con la intención, como si fuese un capataz destronado, de recuperar su finquita.
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