Quisiera recomendarles venir de turismo a Eureka Spring, Arkansas, bella región estadounidense, pero no garantizo su seguridad a menos que tenga la piel blanca, hablen perfecto inglés y nunca reconozcan que nacieron en Latinoamérica.

Las miradas desconfiadas y despreciativas hacia Jorge Vásquez, camarógrafo de Univisión, nos preocuparon y en ciertos momentos nos dio escalofríos.
Vásquez es un experimentado fotógrafo que ha cubierto guerras y noticias del narcotrafico. También ha trabajado en reportajes sobre conflictos raciales.
Es trigueño, de estatura baja y ojos cafés. Evidentemente, cuando lo miran saben que es hispano. Me dice que nunca había sentido discriminación como la que ha sufrido desde que llegó a los Estados Unidos.
Lo que les voy a contar no es una historia sacada de una película que denuncia al Ku Klux Klan –KKK-, de los años cincuenta o sesenta. Sucede en los Estados Unidos en el presente.
El KKK es un grupo que defiende la supremacía de la raza blanca. Practica la xenofobia, la homofobia, el racismo y en algunos casos camina en los peligrosos terrenos del terrorismo de extrema derecha. Se cree que en los Estados Unidos hay alrededor de 550 mil miembros activos y las autoridades ignoran sus acciones porque algunas de ellas hacen parte del culto.
El condado de Carroll, en el noroeste de Arkansas, es una región con unos 26 mil habitantes. Allí está Eureka Spring, una villa rural que parece detenida en el tiempo por el estilo de casas y automóviles antiguos, pero más por la forma de vida, las costumbres y los prejuicios de la gente.
Esta zona es turística y se hizo famosa porque siglos atrás una leyenda amerindia narraba que el agua de un riachuelo sanaba a los enfermos.
Sus habitantes son blancos, de ojos claros y rubios y no puedo asegurar que son amables. Por el contrario, se exceden en prepotencia y arrogancia. Para desgracia de ellos en los últimos años han llegado muchos hispanos a trabajar en el campo, pero en especial en la empacadora de pollos Tyson, que los explota laboralmente porque les pagan poco dinero debido a que en su mayoría son indocumentados.
Esto tiene molestos a los blancos y disculpen que haga esta salvedad racial pero ese es el motivo de mi alarma. Pero, no están incómodos porque les quitan los empleos, sino por su color de piel.
La presencia de la gente de color café, como despectivamente los llaman, no es que haya revivido el racismo en el condado de Carroll. La oscura verdad es que aquí nunca desapareció la segregación y los llamados redneck o personas de cuellos rojos, muchos de ellos enérgicos fanáticos del Ku Klux Klan, sienten que los hispanos invaden su tierra, lo cual nunca les permitieron a los afroamericanos a quienes en el pasado los quemaron en hogueras o los desterraron de la región.
No es un secreto que frecuentemente el KKK se reúne en asambleas como lo hacía antiguamente. Mantiene una vigencia casi a la vista de todos. Las ideas racistas y clasistas están en los genes de muchas de estas personas y se niegan a desaparecer.
En el condado de Carroll la policía se ensaña contra los hispanos a quienes persiguen, acosan y no protegen como ordena la ley.
A mi colega camarógrafo y a mí, un policía hispano con un rango importante nos narró cómo él ha sido detenido en su carro varias veces por otros oficiales con aspecto redneck. Él sospecha que lo hicieron por su perfil hispano a pesar de que lucía el uniforme policial reglamentario.
En casos de violencia doméstica que han llegado hasta asesinatos, por ejemplo, ninguna autoridad hace lo posible por evitarlo.
Además, hay graves sospechas de que existen carteles del narcotráfico que venden drogas como una forma de perjudicar a los inmigrantes. Si esto fuese cierto, estaríamos ante una acción criminal que debiera ser investigada por el gobierno federal.
Quisiera recomendarles venir de turismo a esta bella región estadounidense, pero no garantizo su seguridad a menos que tenga la piel blanca, hablen perfecto inglés y nunca reconozcan que nacieron en Latinoamérica.
En el condado de Carroll el miedo y la desconfianza se pasean por las calles junto a los fantasmas del KKK, en una simbiosis de vergüenza y prejuicio que mantiene vigente la presencia nefasta de la segregación racial.
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