El cigarrillo cada año causa más de 4 millones de muertes en el mundo, de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud. Un promedio de 10 mil fallecimientos diarios. En el 2020 podrían morirse alrededor de 10 millones de personas por año.

Los seres humanos tenemos la propensión recóndita al suicidio lento y progresivo.
Aunque todos los días entran por nuestros ojos y oídos mensajes directos, los cuales repiten una y otra vez que podemos morir por consumir algo malo, lo seguimos haciendo sin medir las consecuencias, importándonos poco ese desafío a la salud.
Por ejemplo, comemos sin control alimentos insanos, bebemos alcohol, utilizamos drogas y fumamos cigarrillos.
Hoy voy a comentar sobre el maléfico cigarrillo, vicio a quien mi hijo de 17 años está entrando empecinado sin saber el gran daño que se hace.
Le he repetido cómo murieron su abuelo y su bisabuelo, en diferentes épocas. Los dos, postrados en una cama, fallecieron de enfisema pulmonar y cáncer. Fue una agonía lenta y dolorosa, para ellos y la familia.
Mi papá fumaba hasta dos cajetillas diarias en frente de todos. Casi la mitad de los hijos de padres fumadores, son fumadores pasivos.
Yo dejé el cigarrillo antes de empezar a consumirlo. Digo “dejé el cigarrillo” porque como fui un fumador pasivo, un día por instinto decidí alejarme de los que lo hacían. Ahora no le permito a nadie que lo haga a mi lado.
Aunque supongo que quien me alejó del vicio realmente fue mi hermano mayor que, para disuadirme de mi curiosidad, a los 8 años me brindó un “pucho”, lo cual casi me mata de la tos. Jamás volví a probarlo. Siempre le agradecí a él esa lección.
La buena noticia para los que aborrecen el cigarrillo es que a los fumadores empedernidos los convirtieron en seres raros o anormales, especialmente en Estados Unidos, donde la nicotina fue declarada como adictiva y es prohibido fumar en sitios públicos.
Hay una escena que me impacta en el aeropuerto de Miami. Encerrados como primates en una zona separada por vidrios, los fumadores comparten su culpa ante la mirada atónita de los demás pasajeros. El aeropuerto construyó esa jaula pública para satisfacer las necesidades de los viciosos.
En Europa deberían seguir la misma estrategia, porque allí sí que fastidian los fumadores. En Francia, por ejemplo, expelen humo profusamente y sin respeto al vecino, en restaurantes, bares y trenes.
Pero, aunque en algunos lugares los segregan y señalan que son “una especie en vía de extinción”, eso es una falsedad. Las cifras en vez de disminuir, aumentan. Cada día se ve más gente atrapada en ese vicio. En el mundo se vuelven fumadores, a diario, alrededor de 100 mil niños y adolescentes.
Las tabacaleras, abanderadas de la muerte, viven felices y contentas porque esos jóvenes que están cayendo en el fatídico vicio son sus clientes del futuro. Frotándose las manos les llaman: generación reemplazo.
Mi hijo hace parte de la estadística creciente. Él pertenece a una especie en “vía de aumento”. Aunque no se le permite hacerlo frente a la familia, es inevitable que lo haga a escondidas. Constantemente le hablo de los males que ocasiona el tabaquismo, pero, al parecer, lo atrapó la corriente social.
El cigarrillo cada año causa más de 4 millones de muertes en el mundo, de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud. Un promedio de 10 mil fallecimientos diarios. En el 2020 podrían morirse alrededor de 10 millones de personas por año.
El tabaquismo origina varias enfermedades, entre ellas cardiopatías coronarias; el 90% de cáncer de pulmón y más del 80% de padecimientos pulmonares, incluyendo el enfisema.
El fumador implacable hace caso omiso del aviso en la propia cajetilla que advierte: “Fumar Mata”. Ninguna restricción y advertencia parece disuadirlos. Es como si las tabacaleras escondieran algo más que la nicotina para mantenerlos prisioneros en su vicio. ¿Le pondrán algún adictivo secreto?
Mi padre decía que para qué dejaba de fumar si ya era tarde. Lo hizo hasta el último momento que pudo. Mi abuelo pidió un cigarrillo y murió a los pocos minutos.
Creo que nunca es tarde para dejar algo malo. He visto personas cercanas que han rejuvenecido y ganaron vida al dejar el cigarrillo.
No me rendiré con mi hijo; seguiré convenciéndolo hasta que el juicio regrese a su mente, porque, si es avispado, no formará parte de la “generación reemplazo”.
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