La cultura de la competencia desleal y el espíritu ventajoso, no nos deja progresar en colectividad. Desde pequeños nos enseñan a rivalizar con el amigo, el primo o el vecino y nuestros padres nos inculcan ser astutos para aprovecharnos de las oportunidades como sea.

Por mis trajines periodísticos se me cayó el celular y se rompió. 20 días antes lo había comprado, sin seguro, por no ser previsor.
Fui a una tienda colombiana en Miami para repararlo y me cotizaron el vidrio por un valor de 280 dólares. Frustrado por el costo resolví dejarlo roto, hasta que mi hijo Felipe me hizo pasar de la decepción a la perplejidad, diciéndome que ese repuesto costaba en la Internet solo 22 dólares.
Me pregunté ¿por qué mis paisanos querían cobrarme tanto dinero? Concluí que el dicho que reza “perro no come perro” no aplica entre nosotros: hispano sí come hispano.
Como te veo te trato, afirman en Guatemala. Dependiendo del sapo es la pedrada, dicen en Honduras. Cobran según el marrano, en Colombia. Es una manera descarada e injusta de ajustar el precio al examinar al cliente.
Ninguna comunidad es tan agresiva y competitiva entre sí como la de los latinos en los Estados Unidos. Escucho a venezolanos quejándose de sus paisanos porque son individualistas; a colombianos despotricando de los vecinos que afirman hacen lo imposible para perjudicarlos; a centroamericanos que riñen como perros y gatos y hasta he oído a cubanos, que se supone son los más unidos del sur de la Florida, hablando mal de su familia, aunque me consta que cuando llegan de la isla a Miami, a la semana siguiente tiene cama y trabajo.
¿Por qué perjudicar o explotar a quienes hacen parte de la misma raza? Por ejemplo, ¿para qué obtener un puesto laboral a codazos? Con ese egoísmo se olvidan que la competencia limpia trae satisfacción. No hay nada más placentero y halagador que llegar a una posición empresarial por nuestros propios méritos sin demeritar el de los demás.
Pero, en el escenario verídico de las pasiones humanas, la peor cuña es la del mismo palo, o sino que lo diga la gobernadora de Nuevo México, Susana Martínez, que como se pueden dar cuenta es de origen hispano. La mandataria parece aborrecer sus orígenes étnicos. Está obsesionada en pedir al legislativo estatal que vote en contra de una ley que otorga licencias de conducir a indocumentados.
Hay más gente como Martínez. Marco Rubio, un potencial candidato a la presidencia, aunque ahora dice que trabaja para una reforma migratoria, en el pasado se resistió a la legalización de los más de 11 millones de indocumentados que hay en Estados Unidos. Brian Sandoval, gobernador de Nevada, igualmente se opone a una amnistía para inmigrantes y varios congresistas, de origen latino, hicieron campaña planteando medidas en contra de sus paisanos, amenazando con quitarles beneficios ya ganados.
El anti latinismo es más tenaz por parte de inmigrantes legales, quienes se oponen a que otros, como ellos, logren la legitimidad ciudadana.
Lo más vergonzoso y triste es el trato que nuestros propios congéneres le dan a quienes les sirven. Por ejemplo, en las empresas hispanas, generalmente, pagan sueldos más bajos que en las dirigidas por anglosajones. En las casas de hispanos donde usan inmigrantes latinoamericanos para el servicio doméstico, humillan, maltratan y pisotean la dignidad de las personas. Todos los patronos son de mejor clase y estatus social, e ignoran que los “sirvientes”, en muchos casos, son profesionales en América Latina que tuvieron que emigrar a la fuerza.
La cultura de la competencia desleal, el espíritu ventajoso y denigrador, no nos deja progresar en colectividad. Desde pequeños nos enseñan a rivalizar con el amigo, el primo o el vecino y nuestros padres nos inculcan ser astutos para aprovecharnos de las oportunidades como sea y por encima de quien sea.
Y volviendo al asunto de mi celular roto, ser honrado y no cobrar más de lo que vale el producto beneficia a la comunidad porque donde sale un cliente satisfecho regresan más. El vidrio lo cambiaré y me guardaré en mi bolsillo 258 dólares, gracias a la chispa ahorrativa de mi hijo Felipe.
Por su parte, los políticos toman ventaja de la discriminación; son expertos en “comer” hispano; usan el tema de los indocumentados para garantizar el apoyo de los anglos en las elecciones. Deberían empezar a mirar al inmigrante con ojos humanitarios y no como el pastel para aumentar votos.
Recapacitemos por el bien común. Unidos hacemos más. Todos, aunque venimos de países distintos, finalmente somos una sola raza latinoamericana.
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