
Pareciera un título de una película de ficción de Hollywood e incluso futurista, tremendista y de terror. Pero así como lo leyó es la interpretación literal.
En los periódicos pasó desapercibido el titular: “Mancha de basura del Pacífico crece a pasos agigantados”.
El denunciante es el oceanógrafo estadounidense Charles Moore, creador de la Fundación de Investigación Marina “Algalita”, quien notó por casualidad este basurero marino cuando viajaba en un crucero de placer entre Los Ángeles y Hawai, en 1997.
Moore prefiere llamar a este basurero “sopa de plástico”. Aunque fue descubierto hace 11 años, científicos han seguido su crecimiento que es increíble y extremo y por eso hace pocas semanas, se le recordó al mundo este dramático problema.
La “sopa” de más de cien millones de toneladas de desperdicios, se calcula que tiene un tamaño igual a dos veces el territorio de los Estados Unidos. Contiene desde cepillos de dientes, envases de champú, botellas de agua y pequeños trozos de plástico que, por efectos del sol, el viento y las corrientes, se mezclan con el agua y el plancton. Muchos peces están engulléndolos como alimento.
De acuerdo a la información periodística la “sopa” se mantiene en las corrientes circulares submarinas desde las costas californianas, rodea Hawai y llega hasta Japón. No hay datos sobre la “sopa” del Atlántico, pero los científicos sospechan que también está creciendo.
Ni siquiera la “sopa” del Pacífico es visible a través de satélites porque los pedazos flotan a media agua, hasta una profundidad de unos 10 metros y muy pocos emergen a la superficie.
Lo peor de todo es que Moore asegura que este basurero nadie puede limpiarlo y continúa agrandándose.
¿Cómo llegan al mar estos desperdicios plásticos? Estudios dicen que el 20 por ciento es causado por la mala costumbre de los marinos de botar la basura por la borda, pero el resto proviene de residuos domésticos, industriales y callejeros, que son arrastrados por aguas de lluvia hacia las alcantarillas, a los ríos y después al océano.
Las consecuencias en el hábitat marino son devastadoras, porque estos productos estarán allí por siglos, debido a que no se destruyen fácilmente.
Otra vez he quedado estupefacto ante el horror de lo que los seres humanos estamos causando, especialmente quienes viven en la costa pacífica de Estados Unidos y México.
Cada vez que botamos al suelo cualquier tipo de plástico y no reciclamos la basura, alimentamos el crecimiento de esta “sopa”.
Cuando me enteré reduje el consumo de botellas plásticas de agua y vasos desechables, porque el lugar donde vivo no tiene un método de reciclaje organizado. También me he propuesto repetir esta noticia al que vea consumiendo un producto envasado en plástico.
Todo comienza en casa. Vamos a proponernos usar menos plásticos y si tenemos que hacerlo por la necesidad del sistema obliguémonos a reciclar. Si en la cuadra de la casa o en el barrio no hay conciencia ciudadana para la re-utilización del plástico, propongamos un comité.
También hay que exigirle a los gobiernos locales que establezcan políticas de reciclaje. Inclusive sanciones para las industrias o residencias que no lo hagan.
Muchas veces los seres humanos no reaccionamos ante las consecuencias que estamos provocando, porque no son visibles ante nuestros ojos. Es como tener una enfermedad mortal y seguir viviendo en las tinieblas, ignorando la posibilidad de salvarse con sólo ir a un médico.
En este caso, el remedio para protegernos está en nuestra conciencia.
Los gobiernos y los grupos medioambientales tienen la obligación de educar a la gente común para que entienda que cuando desechan un pedazo de plástico, muchos de estos trozos, tarde o temprano va a acabar en el mar.
No es ficción. Es una realidad de la cual somos responsables todos los ciudadanos del mundo, que por negligencia no queremos salvar la tierra.
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