Todos tienen que saber, especialmente los jóvenes, que bailar con Molly es como danzar con el diablo en el infierno.

Molly se mete en las fiestas, en las discotecas y a veces en las escuelas, de manera furtiva. Llega a la vida de nuestros hijos de forma sigilosa y los seduce fácilmente.
Cuando la conocen, muchos desean poseerla y con frecuencia están convencidos de usarla para divertirse, pero lo que no saben es que es ella quien los atrapa en su bajo mundo de perdición y falsedad.
Bailar con Molly los hace más desinhibidos y enérgicos. En el sexo aporta imaginación y hace sentir el éxtasis a quienes la llevan a la cama. Amiga íntima de Mary Jane, de Lucy y de la Dama Blanca, Molly se gana el estrellato compitiendo entre ellas. Es más asequible y hechicera.
Estudiantes, empresarios, ejecutivos y una nueva generación que anhela sentir experiencias distintas y “menos dañinas”, la invitan a sus vidas sin medir las consecuencias.
Desde hace algunos años Molly es la protagonista de espectáculos multitudinarios como los festivales de música electrónica. Ella va disfrazada de sensaciones maravillosas, sicodélicas y fascinantes que atrapan a cualquiera y más si los famosos, con el fin de ganarse la simpatía de sus adeptos, la glorifican como Madona. En uno de sus conciertos preguntó: ¿Quién de ustedes no es amigo de Molly? Hasta Miley Cyrus, la muchachita descarriada que antes hacía el papel tierno y divertido de Hannah Montana, en una de sus últimas producciones musicales titulada “No podemos parar”, le canta diciendo: “Nos gusta la fiesta bailando con Molly”.
Pero Molly no es tan buena como la pintan. Pudiese ser una perversa amiga de nuestros hijos. La que dañará su cerebro silenciosamente y poco a poco. La que los volverá autómatas y los alejará de nuestras vidas.
Dicen que Molly no es de los Estados Unidos, que viene de México y la distribuyen las mafias rusas que se adueñaron de las discotecas del sur de la Florida y Nueva York. Gente peligrosa con la retorcida misión de aniquilar a la sociedad estadounidense desde sus bases: niños y jóvenes.
Molly, es la nueva droga. Es la siguiente generación de Éxtasis. Es la MDMA modificada (Metanfetamina). Una reencarnación con cara de ángel. Ha desplazado a Mary Jane (Marihuana), a Lucy (LSD) y a la Dama Blanca (Cocaína).
Esta droga ilegal se consigue de manera fácil y barata. Los jóvenes prefieren a Molly que pagar 10 dólares por cada cerveza.
Molly viene en forma de polvo cristalino. Parece vidrio molido y aunque se ha ganado una falsa fama de no ser peligrosa, los resultados demuestran lo contrario. En Nueva York, Jeffrey Rus, de 23 años y Olivia Rotondo, de 20, invitaron a Molly al festival Electric Zoo en Randall’s Island Park y ella los condujo a la muerte. Solo Rotondo había tomado 6 pastillas.
Igual le pasó a Shelley Goldsmith, una estudiante de 20 años quien en el club Echo Stage de D.C., danzó enloquecida con Molly en su sangre y cerebro hasta que colapsó y cayó en la pista de baile. Y la lista sigue.
Las autoridades y ciertos padres acusan a la música electrónica y a los Disc Jockey (DJ) de ser cómplices de Molly, pero se equivocan. La responsabilidad es individual, pero ante todo del Estado por no tener políticas informativas y de prevención. Es culpa de los papás que dejan a sus hijos solos y a la deriva y también es responsabilidad de una sociedad permisiva, contaminada de libertinaje y cegada por la codicia.
Todos tienen que saber, especialmente los jóvenes, que bailar con Molly es como danzar con el diablo en el infierno.
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