Esto demuestra, una vez más, las contradicciones de una nación con demasiadas libertades (por eso existen tantas religiones extrañas) y excesivas leyes que muchas veces perjudican más a la sociedad en vez de favorecerla.

Escandalizados, como si nunca hubieran notado algo semejante, muchos estadounidenses vieron lo que ya sabían, pero se hacían los de la vista gorda: una secta que practicaba la poligamia y consentía que sus añosos jefes se casaran con adolescentes.
Explican las autoridades que “le seguían la pista” desde hace varios años, pero que sólo esperaban el momento adecuado. Esa oportunidad sucedió cuando una niñita de 16 años llamó a la policía y contó la verdad “oculta”: dice ella que la obligaron a casarse y a tener un hijo de un privilegiado cincuentón.
Nadie sabía nada aunque era vox populi. Hasta en HBO se dramatiza una historia similar en una serie impúdica de alta sintonía, donde un hombre tiene cuatro mujeres en casas intercomunicadas en una misma cuadra y al jefe de la secta, un viejito cacreco, lo sigue una niña que en la televisión la ponen orgullosa de ser “la preferida” del diabólico mandamás.
En la vida real, las autoridades esperaron “el momento adecuado”. Ya muchos menores de edad habían pasado por la cama de sus prelados.
Hace dos semanas, escuadrones de ATF (Agencia Federal de Alcohol, Tabaco y Armas, por sus siglas en inglés) y el FBI, como si estuvieran buscando a un grupo terrorista, armados hasta los dientes, irrumpieron en un rancho de 690 hectáreas en El Dorado, Texas, donde funcionaba la sede de la iglesia Fundamentalista de Jesucristo de los Últimos Días. Esta secta es renegada de la iglesia Mormona. Apartada de los lineamientos del mormonismo porque desde 1890 fue prohibida la poligamia y excomulgan a los que practican ese “estilo de vida”.
Los mormones se originaron en el ambiente protestante de los Estados Unidos en el siglo XIX. En 1805, José Smith, a los 14 años, narró que le fue revelada la existencia del Libro Mormón que supuestamente contiene “la verdadera religión”. Tienden a ser gente buena, trabajadora y organizada. Viven como si el mundo se hubiera quedado en el siglo antepasado; tienen sus propias prácticas culturales y sociales, pero no hacen daño a nadie. ¿Excepto a los niños?
Al hacer el allanamiento en el rancho privado en Texas, las autoridades encontraron a más de 400 niños, con sus madres y padres, en grupos familiares aparentemente normales, pero el Departamento de Protección de la Familia, sospechando que se encontraban en virtual peligro de abusos físicos, emocionales y sexuales, los sacaron del lugar como delincuentes, llevándolos a un estadio donde empezaron a sufrir enfermedades y ahora los han situado en un campamento juvenil, en lo que ellos deben sentir como una cárcel.
El líder de la secta, Warren Jeffs, de 52 años, visto como un profeta por sus seguidores, está en prisión desde hace un par de años, por complicidad en violación de menores e inducción al incesto.
Esto no es nuevo. En 2001, un jurado de Utah, declaró culpable de poligamia a Tom Green, también de 52 años, fundamentalista mormón que vivía con 5 mujeres y 29 hijos. Igualmente tuvo un cargo por tener relaciones sexuales con una niña de 13 años.
A pesar del propósito loable de las autoridades de “salvar” a los niños, lo que está ocurriendo con este grupo religioso, comprueba el dicho de que el remedio es peor que la enfermedad: fue desintegrada una comunidad, con sus errores, creencias e indudablemente prácticas equivocadas. Arrebatar a estos niños de los brazos de sus madres, sacarlos de su entorno, pretender ahora cambiarles su mente, no preparada para el mundo exterior y entregarlos a familias desconocidas, es más dañino que beneficioso. Si el Estado logra prevalecer en imponer su ley, estos niños terminarán en hogares adoptivos con creencias religiosas disímiles y prejuicios impredecibles, lo cual los enfrentará a un dificilísimo trabajo de ajuste cultural y social y las autoridades serán responsables de un horrendo desgarre familiar.
Esto demuestra, una vez más, las contradicciones de una nación con demasiadas libertades (por eso existen tantas religiones extrañas) y excesivas leyes que muchas veces perjudican más a la sociedad en vez de favorecerla. Por ejemplo, en este caso, las autoridades esperaron “el momento adecuado” dejando que este problema llegara a extremos.
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