Sin lugar a dudas somos víctimas del comercio anárquico y creo que, en parte, los medios de comunicación (Mea culpa) debemos asumir responsabilidades por la publicidad alienante de la televisión y el consumismo excesivo que transmitimos.

No me atrevo ni siquiera a revisar el correo. Ignoro por completo las llamadas telefónicas. Asomarme por la nevera me deprime y si salgo a pasear en mi carro, tal vez me quede varado por gasolina. Enero es el mes más doloroso de todo el año para el bolsillo y para el corazón.
El derroche y las grandiosas fiestas familiares de diciembre, los paseos a hoteles, restaurantes y a la finca o la casa de los abuelos, resultan ser una pesadilla al pasar los primeros días de año nuevo, cuando se digieren las comidas y las bebidas de manera amarga y preocupante y comienzan a llegar las cuentas de cobro.
Me decía una amiga, nada tacaña, que algo hacen con la gente para que vayamos como borregos a comprar desaforadamente. ¿Será que nos echan en el agua un químico que hipnotiza?, comentó ingenuamente. Yo la miré pensativo, recordando las tardes que la acompañé a comprar en el centro comercial los regalos navideños; adquirió tal cantidad de presentes para el novio de la hermana que vive en Chile, un primo de la prima del vecino y para todas las sobrinas regadas por Canadá y Colombia, y una abuela en Nicaragua, que no supuse que estaba drogada por el agua, sino que ella era una idiota útil del capitalismo. Se veía completamente en sus cabales, excepto cuando pasaba frente a las tiendas de los zapatos, donde pierde la razón de una manera que seduce (aunque alarmante y temible). Las mujeres son enfermas por los zapatos. Se compró tres pares que no ha estrenado.
Sin lugar a dudas somos víctimas del comercio anárquico y creo que, en parte, los medios de comunicación (Mea culpa) debemos asumir responsabilidades por la publicidad alienante de la televisión y el consumismo excesivo que transmitimos.
Todos queremos tener el televisor de plasma; comprar el aparatito que yo bauticé como “incomunicador” o rompe-amistades “Ipod” (que hay cambiar cada año) y deseamos un automóvil último modelo, “mejor que el de mi cuñado”.
Precisamente tenía una cuñada, supremamente arribista, que cada navidad repetía una frase sin vergüenza: “si los niños de mi hermana van a estrenar el 25 de diciembre, mis hijos tienen que mostrar algo más fino”. Cuando salió el Nintendo, lo compró y después siguió con todos los equipos que iban “modernizando” el sistema, por lo menos seis modelos, hasta llegar al último, el X-Box 360. Los hijos viven felices hasta que llegan las cuenta de tarjetas de crédito y toda la presión de las deudas explota en la cenas familiares.
Mi amiga (la de los zapatos) tiene la solución. Propone que en noviembre hagamos boicot mental, imaginando que es enero y tenemos que pagar cuentas. Me suena bastante infantil la propuesta de ella. Simplemente ¿Por qué no aprendemos a ser austeros? ¿Por qué, en vez de dejarnos llevar por la avalancha de publicidad, sólo compramos lo necesario?
Cuando llegan las primeras cuentas (las más duras en febrero), comenzamos a buscar culpables. Yo encontré los míos. De entrada: los precios del petróleo. A partir de ese primer culpable, le echo el pecado a Chávez por ser un líder ambicioso que en vez de ayudar a sus hermanos latinoamericanos y favorecer las rebajas en el precio del barril, promueve belicosidad dizque para fastidiar a los “gringos”. Pero también responsabilizo a los “gringos”, especialmente al huésped principal de la casa blanca, que con sevicia y obsesión enfermiza, insiste en mantener guerras por todas partes.
La verdad es que estoy tan preocupado por las deudas, que ya no sé lo que pienso, pero ¡protesto airadamente contra el comercio anárquico!
Me disculpo con todos por no haber escrito esto en noviembre pasado. Así, quizás hubiese ayudado a muchos a controlarse (incluso a mi). Ya es tarde para llorar.
Ahora mismo bajo a buscar el correo y enfrentaré la dura realidad de pagar las deudas por hacerme el sobrado y acaudalado, sin serlo, y tendré que controlar mi rabia para no descargarla contra los que quiero en la cena. Esta vez el idiota fui yo.
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