
Con dos latas de refrescos “Jumex” llenas de tierra y adornadas con bombillitas, un ‘iluminado’ buscaba platicar con el presidente Felipe Calderón sobre un asuntito delicado: una catástrofe inminente en México.
Para lograrlo mantuvo en vilo al mundo, amenazando con hacer detonar esos envases adentro de un avión de Aeroméxico que volaba entre Cancún y la capital.
Amenazó a los pasajeros y tripulantes que, incrédulos, renegaban de la tortura sufrida al subirse a la aeronave: revisión ‘exhaustiva’ de sus maletines de mano; pies a piso sucio; entrega definitiva y sin chistar de perfumes, bronceadores, tequilas y lo más ridículo: el agua que compraron en el aeropuerto por 3 dólares.
Es el mismo martirio que padecemos todos los viajeros con la locura extrema de un ataque perentorio, surgida después de que la presunta red terrorista Al Qaeda, del invisible Bin Laden*, estrelló los aviones contra las torres gemelas en Nueva York hace 8 años, el 11 de septiembre de 2001.
Al ‘iluminado’ le salió el tiro por la culata porque los comandos de rescate de la Policía Federal mexicana no creyeron en que su amenaza representara peligro, entonces, entraron, lo sometieron y echaron al suelo su fantasía de sentarse con Calderón a revelarle la ocurrencia sobrenatural.
La tragicomedia la co-protagonizaron funcionarios del gobierno que arrestaron a pasajeros inocentes, entre ellos a un diputado de un partido opositor. Los humillaron y los trataron como terroristas, hasta que ‘el iluminado’ confesó que la gracia era sólo suya.
Lo increíble del incidente es que haya podido pasar su falsa bomba casera, frente a las narices de los guardias de seguridad.
Al ver este secuestro gracioso y al sonriente ‘terrorista’, que resultó ser un ex pistolero, cantante y ahora Pastor, se comprueba que la obsesiva vigilancia de los agentes de seguridad aeroportuarios, especialmente en los Estados Unidos, es inútil frente a un verdadero ataque extremista.
Están más preocupados en buscar perfiles obvios como el viajero que compra tiquetes a última hora, que al ser visto como sospechoso implícito le hacen una revisión dramática del equipaje y el cuerpo, convirtiendo su viaje en una pesadilla. Buscan al latino bigotudo o barbudo que por desgracia de él parece nativo de Afganistán o Irak.
Se ensañan contra las madres recién paridas que guardan con celo la leche extraída de sus pechos y las obligan a botarla en caso de que fuera un arma química. He visto a varias llorar ante esa infamia.
Hay quienes dirán que la culpa es de los musulmanes fanáticos que acorralan al mundo amenazando con venganzas, pero no es sólo eso; también es la paranoia excesiva de los gringos y la ignorancia de los agentes de seguridad nacional que, con frecuencia, eligen atormentar a los pasajeros en forma racista.
Aquí los únicos perdedores seguiremos siendo los que viajamos sin ninguna intención malévola, que ahora tendremos que padecer otras humillaciones y maltratos, porque se ‘reactivó’ la amenaza terrorista y habrá que ‘invertir’ más dinero para ‘prevenirla’.
Todos los que usamos los servicios aéreos seremos parte de nuevos episodios en la tragicomedia de volar.
* (El cineasta británico Adam Curtis, produjo para la BBC, en abril de 2005, el documental “The Power of Nightmares (El Poder de las Pesadillas) en donde, de acuerdo a él, ni existe Al Qaeda y tampoco Bin Laden).
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