
Conocí a Mario siendo sacerdote católico, con profundos y grandes desengaños por su iglesia. Él se quejaba de las reglas arcaicas, desde el voto de castidad y el celibato, hasta la prohibición de no ordenar sacerdotisas.
Recalco: sacerdotisas, porque a través de los años, equivocadamente, esa palabra ha sido proscrita al mundo profano de las sectas (pitonisas, adivinadoras), pero en el diccionario de la Real Academia Española, se describe como: “mujer que ejerce el sacerdocio”.
La rebeldía de Mario comenzó a engendrarse desde el seminario, porque fue testigo de cómo algunos de los maestros tenían una relación muy íntima con ciertos discípulos.
Asimismo, le molestaba ver a determinados curas desbordar exceso de cariño a sus monaguillos y más le fastidiaba, cuando se encerraban con ellos en el oratorio y al salir los niños tenían su carita pálida. En ese tiempo, Mario no sospechó la dimensión de la asquerosidad de esos clérigos perversos. Guardó silencio por respeto a su iglesia católica.
Cuando se ordenó sacerdote salió a ejercer con inquina y, además, se enfrentó a un mundo lleno de tentaciones a las cuales, en principio, logró vencer. Pasaron los años, profundizando en la Biblia, debatiendo el tema con amigos laicos, a veces con superiores de la Arquidiócesis y por su posición radical y “perturbadora”, lo relegaron hasta perder la oportunidad de escalar al título de Monseñor. Entonces, un día resolvió colgar los hábitos.
Mario no dejó de ser católico. Por el contrario, es piadoso y conserva ciertos rituales que lo acercan a Dios, pero ahora tiene una novia y no es célibe. Me confesó que tampoco lo fue en los últimos años de sacerdocio.
Él dice que no fue Jesús quien institucionalizó la castidad y el celibato. Fueron los jerarcas de Roma que tomaron esa decisión, convirtiéndola en una disposición humana y no celestial.
Eso mismo ocurrió con la exclusión de mujeres.
Hace algunas semanas, la Iglesia Anglicana de Inglaterra, aprobó la ordenación de mujeres Obispos (Desde 1994 ordenan sacerdotisas). El Vaticano comentó: “esto es un nuevo obstáculo en la reconciliación entre las corrientes”. Lamentaron “con amargura” esa medida. ¿Con amargura?
Pareciera que los miembros masculinos de la iglesia Católica tuvieran animadversión hacia las mujeres. A mi parecer, una actitud bastante machista.
Estas posiciones radicales suenan extrañas y hasta sospechosas. Más aún, cuando la iglesia Católica no ha superado la vergüenza por el escándalo de sacerdotes pedófilos, tema que no ha sido ni siquiera analizado en público.
Una de las raíces de este escándalo, indudablemente, tiene que ver con la prohibición de que se casen los curas y con el celibato. Estos hombres, con el libido prisionero en su cuerpo, descargan sus impulsos carnales ante los más débiles: los niños. Eso no tiene perdón de Dios.
Los acuerdos económicos de la iglesia con las víctimas de abuso sexual son, en vez de una reparación moral, un manto negro de complicidad y vileza.
El Papa Benedicto XVI debería añadir a los nuevos pecados capitales, la pedofilia y convendría también expulsar de la iglesia a los degenerados que cometieron ese delito, en vez de encubrirlos, para que paguen en la cárcel su monstruosidad contra los creyentes que confiaron en ellos.
Muchos de los católicos auto-críticos, han comenzado a mirar diferente a la iglesia y en especial a los curas. En los últimos años los feligreses se están cambiado de religión y aunque, el Vaticano trate de demostrar lo contrario, los seminarios ya no se llenan como antes.
Hay quienes teorizan diciendo que estos establecimientos fueron un refugio de personas que no se atrevían a salir del closet, encubriendo allí sus preferencias por el mismo sexo. Pero conozco a sacerdotes opuestos a esta aberración, realmente comprometidos con la religión. Aparentemente, respetuosos del voto de castidad y el celibato. Otros, si no cumplen esa norma arcaica, por lo menos no han abusado de menores.
La reestructuración de la Iglesia Católica es una urgencia.
Por otra parte, no se puede generalizar. Todos los sacerdotes no deben ser vistos como si fueran culpables por algo que hicieron algunos de ellos, los que tomaron el camino perverso.
Los seres humanos merecemos una vida plena, desde los sentimientos hasta lo sexual. Lo que enseñó Jesucristo a través de la palabra nunca fue en oposición a la formación de la familia, sino lo contrario. Si Jesús lo hubiera prohibido, ¿por qué Pedro, el primer Papa de la Iglesia Católica y los apóstoles escogidos por Él, eran casados?
El ex cura Mario rompió la regla y ahora es feliz. Continúa propagando la palabra de Jesús, pero sin sotana.
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