
¡Qué decepción sufrí! Sean Penn, a quien comencé a admirar como un chico malo del cine en una de sus primeras películas llamada “Bad Boys”, si mal no recuerdo en los años ochenta, lo vi “oxigenando” al belicoso presidente venezolano Hugo Chávez, un chico malo de la vida real. Hace algunas semanas el actor afroamericano Danny Glover también visitó a Chávez y recibió millones de dólares para una película.
No sé qué pretenden esas personalidades de Hollywood, apoyando a semejante esperpento, promotor de un régimen vergonzoso de república bananera, pero si es para vender películas, existen medios diferentes a respaldar tiranos que suprimen libertades y retrasan el progreso. Siendo uno de los mejores actores del cine mundial Penn no necesita aprender del histrionismo de Chávez, quien además de ser un presidente mediocre parece salido de un circo cantinflesco.
Tal vez Penn intentó enviar un mensaje de críticas e insultos al Presidente Bush, con quien tampoco comparto sus acciones de “chico malo del mundo”. Penn, como yo, no está de acuerdo con el conflicto de Irak, pero él ha increpado a su Presidente en tono venenoso.
Apoyar a Chávez es apoyar a su mentor Fidel Castro, el primer cabecilla de los chicos malos de América, a quien el mandatario venezolano le aplica repetidamente respiración boca a boca. Castro ha tenido indulgencia de recibir “oxigeno” de notables de Hollywood. Oliver Stone, por ejemplo, hizo un documental sobre él y expresó: “Es un sabio, un superviviente y un Quijote”. ¿Será por la barba?
Esa fascinación que suscita Castro entre algunos cineastas y actores, hasta literatos como Gabriel García Márquez, me parece hipnosis. Hace tres años viajé a Cuba cubriendo la noticia de una visita del entonces Presidente mexicano Vicente Fox. Me escapé a un mercado para saber cuánto costaba la comida e hice preguntas, hasta que dos mujercitas chaparras pero fornidas, esgrimiendo el poder del pueblo bajo el título chocante de “Comité de Defensa”, me sacaron a pontocones gritándome “capitalista”, cuando ni siquiera en mis sueños anhelo vivir como tal. Esa vez logré decir en la televisión: “la palabra prohibida en las calles de Cuba es Libertad”.
A mucha gente la he escuchado decir que Cuba tiene avances en la salud y la educación. Quizás sea cierto. Pero un pueblo nunca debe soportar la coartación de su autonomía de viajar, expresarse, comer carne y disfrutar de un helado sin tener que hacer una fila interminable al calor del sol, a cambio de recibir un analgésico cada mes.
Los chicos malos son malos. El chico malo de Venezuela es Castro multiplicado por cien. Tiene petrodólares. Sus intenciones las conocí en Colombia, después del intento de golpe de Estado, cuando se refugió en la casa de un ex guerrillero comunista. Aunque lo hallé instruido en asuntos bolivarianos, lo percibí ignorante sobre temas sociales y económicos. De allí comenzó su complicidad con los subversivos colombianos. En ese entonces, identifiqué su personalidad chabacana y sentí alivio de saber que no logró su objetivo golpista. Jamás me imaginé que llegase a tener semejante poder.
El pueblo se merece su destino, dicen algunos. Tal vez los que apoyan a Chávez, idealizando un falso bienestar, se dejaron hipnotizar, como le pasó a Penn quien expresó: “encontré el gran país que esperaba”. Que triste si eso es lo que anhelan de América ciertas estrellas de Hollywood: libertad restringida, control ilimitado sobre la riqueza del Estado, vigilancia de la empresa privada (muchos de los que guardan silencio temen al chico malo) y una transformación ingenua pero peligrosa al arcaico comunismo.
¿Para qué el chico malo Penn visitó al nuevo jefe de los chicos malos de América? ¿Acaso no vio los barrios pobres de Caracas donde se esconde el aparato para-estatal “Vigilantes Revolucionarios”?. No, él “Bad Boy” del cine ignoró eso y mucho más, vigorizando inmerecidamente a un hombre que tiene una humanidad dudosa, que más bien alimenta su egocentrismo y ambición desmedida y que tarde o temprano golpeará sin compasión al pueblo hipnotizado, que despertará tarde en la noche oscura.
¡Ay, estos chicos malos! Dios los cría y ellos se juntan.
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