Nacen como el sol en la mañana y se van como un atardecer

Atardecer

Me prepuse ver el amanecer una madrugada de este invierno boreal, interpretando a mi manera ese espectáculo cotidiano que para muchos pasa desapercibido, como la vida misma. Me senté en la arena en una playa en la costa atlántica a esperar que saliera el sol con la paciencia que se aprende con los años.

Al rayar el alba vi surgir la luz. Mis ojos no podían congelar en el tiempo el resplandor del astro sol, que en fragmentos de segundos modificó mi retina, pero extrañamente también alteró, para bien, mi pensamiento. Surgió una imagen multicolor, placentera y feliz. En mi mente comencé a ver figuras y a escuchar voces plenas de risas y canciones, en donde mis tres hijos, Carolina, Felipe y Michelle, danzaban en un juego infantil en la arena. No sé por qué, pero en estos tiempos de fiestas familiares añoro con más intensidad el hogar que perdí por un divorcio.

La familia es la esencia de la sociedad y sin la unión de ésta, la sociedad se resquebraja. Me pregunté ¿cuál es el papel de los hijos en una separación matrimonial? ¿Cuánto valen ellos para nosotros?

Ese amanecer me hizo entender que los hijos nacen como el sol para iluminar la vida, y entiéndase por hijos: nietos, sobrinos y ahijados (los propios y los ganados por el azar de la existencia).

En medio de mis meditaciones recordé un símbolo inverso. Meses atrás, cuando atravesaba el extenso puente sobre el Lago Pontchartrain, en Mississippi, contemplando el atardecer, vi cómo el círculo deslumbrante del sol se sumergía en el mar a una velocidad fácilmente perceptible por los ojos. A medida que iba descendiendo su color pasó de un amarillo intenso a un anaranjado hasta llegar a casi rojo. Cuando la luz tocó el horizonte, un ilusorio resplandor me hizo creer que el agua apagaba la luminosidad.

En ese instante en que advertí que el sol se ocultaba vertiginosamente, reflexioné que así se extinguen las relaciones y el fugaz paso de los hijos por la vida. Tan efímero como un atardecer.

Ese bello crepúsculo: el sol despidiendo al día, los brillos sobre el mar y algunos peces voladores que trataban de cazar su último alimento de la jornada, convirtieron el panorama en un espectáculo maravilloso de la naturaleza, pero, irónicamente, también significó para mí la tristeza de lo perdido. Fue una discordancia entre la felicidad y el abatimiento, que me hizo renegar sobre la dureza del divorcio.

He aprendido en esas dos experiencias, el amanecer y el atardecer (un regalo del Señor tan perfecto y cálido) que las relaciones y los hijos nacen como el sol en la mañana y se van de tu vida como el atardecer llega, pero, a pesar de esa realidad humana, hay que seguir luchando por los hijos porque son sangre de tu sangre, vida de tu vida.

Un consejo para quienes están comenzando a ser padres: cada segundo, cada minuto, hay que enlazarse con los hijos.  Desde que la madre los tiene en el vientre, pasando por sus primeras palabras, sus primeros pasos, su primer día escolar, el accidente en la bicicleta, su decepción amorosa, su graduación, su matrimonio, su felicidad y su dolor. Y más aún en el divorcio.

¡Sin pérdida de tiempo aprovecharé cada instante que pueda de mi vida al lado de los míos! Al terminar de escribir este artículo saldré presuroso a verme con mis hijos, que son mi familia, porque ellos necesitan de un abrazo caluroso y yo estoy hambriento de cariño.

Esta acción la repetiré sin cansancio. Será mi principal propósito en año nuevo. ¡Felicidades y triunfos para todos!

Raúl Benoit
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Raúl Benoit

Periodista y escritor colombiano de origen francés. Se ha destacado en televisión latinoamericana, como escritor de libros y columnista de periódicos del mundo.

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