Haga de estas fiestas tiempos de paz y armonía para reconciliarse con los demás y ayudar a construir una sociedad civilizada y digna.

Uno de los juguetes que pedí en la navidad cuando tenía 7 años, fue un tiro al blanco de patitos plásticos que se zarandeaban cuando les disparaba con una pistola, de la cual salía un proyectil inofensivo.
Junto a mis amigos, también jugué a policías y ladrones, pero, según recuerdo, nunca fuimos agresivos, solo interpretábamos el bien contra el mal.
De aquellos tiempos de niño a lo que sucede en el presente, ha pasado mucha agua por debajo del puente. El mundo cambió de manera perversa. Ahora los juegos se transforman de la fantasía a la realidad como apretar un botón o maniobrar el control de un video, convirtiéndose en actos peligrosos.
La matanza de Connecticut, donde murieron 20 niños y 7 adultos, pone sobre el tapete varios problemas que se deben analizar: enorme idolatría de las armas por parte de los estadounidenses; exceso de paranoia de la gente; programas de salud inoperantes ante una epidemia de enfermedades mentales que parecen crecer; autoridades y padres permisivos con respecto a la tenencia de armas y pertrechos de guerra en casa y la falta de una política de control sobre estos elementos letales. Pero, lo fundamental, es la ausencia de una educación buena y sana en el hogar.
El desafecto y la sevicia con que el asesino mató a su madre y a los infantes, es una evidencia de que atravesamos tiempos difíciles en el mundo, en donde las personas se han vuelto crueles y frías. Son insensibles ante el sufrimiento ajeno. Forman una sociedad deshumanizada que ha perdido la fe y el respeto por la vida, nutrida por resentimientos y venganzas.
Pareciera que se venera la violencia. El crimen y el odio que ven a diario en los medios de comunicación, en el cine o lo practican en los videojuegos, algunos lo quieren imitar como autómatas, soñando con hacer parte de ese universo sangriento, irreal e impasible, el cual copian a manera de desahogo de sus rencores contra algo o alguien.
Alucinan que matan, mueren, roban, se hacen ricos o héroes a través de esa fantasía virtual y con frecuencia pierden la noción de la realidad y la cordura.
La sociedad no puede seguir siendo cómplice o ajena a ese mal colectivo. Es necesario que en esta época decembrina, sin interesar qué religión practique o si es creyente o no, reflexione sobre cuál es el papel que desempeña en su familia y en su comunidad. Se debe comprender que la venganza nunca es dulce. Solo amarga el corazón y el espíritu de quien la siente.
Si es cristiano, recuerde que Jesús vino para enseñar que el amor, la bondad y el respeto, son valores humanos y no defectos. Haga de estas fiestas tiempos de paz y armonía para reconciliarse con los demás y ayudar a construir una sociedad civilizada y digna. Reflexione sobre el deber de hacer lo justo, empezando por la familia que debe proteger, alejándola del mal. Igualmente respete al vecino, porque, la ética y la moral no son asuntos individuales. Deben estar ligados al prójimo y a la comunidad.
En estas fiestas no derroche ni permita que el espíritu mercantil lo manipule. Diviértase sin excederse en agasajos costosos para la salud y el bolsillo, y si no puede renunciar a dar regalos debido a que eso lo hace feliz, obsequie juguetes o cosas que no siembren discordia, maldad o fanatismo, pero, ante todo, que no engendren discípulos de la violencia y el mal, porque el deber humano es cultivar el bien.
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