La cacería de hombres millonarios en Miami se ha vuelto un deporte común. La frivolidad de cierta mujeres con fantasías desmedidas que llegan de Latinoamérica en busca de una pareja, es aberrante y demuestra una vez más que la sociedad actual perdió valores y sucumbió en el materialismo.

Camila comenzó a desencantarse de Andrés cuando éste la invitó a comer “bandeja paisa” a un restaurante colombiano. Ella aspiraba cenar sushi en el Masa de Nueva York.
Cuando Andrés le entregó una caja con moñito rosado a su novia Camila, ella creyó cumplir un sueño que le metieron en la cabeza desde que tuvo uso de razón. Sus ojos se abrieron y le brillaron como diamantes.
Esperaba ver, al abrir la cajita, un anillo de dos o más quilates montado en un aro de platino.
Andrés lo cuenta con humor, pero también en el fondo de su corazón desengañado porque, aunque nació en cuna de oro, su convicción le impide regalar algo suntuoso, cuyo valor pudiera alimentar a muchas familias pobres de su país.
Andrés idealizó a Camila como la mamá de sus hijos, pero Camila busca en Andrés algo más que “simple” amor: ella es «indecentemente ambiciosa» y le echó el ojo al muchacho desde que supo que su papá es el dueño de grandes tierras y dirige empresas industriales. Se refiere a Andrés como un hombre «obscenamente rico».
La cacería de hombres millonarios en Miami se ha vuelto un deporte común. La frivolidad de cierta mujeres con fantasías desmedidas que llegan de Latinoamérica en busca de una pareja, es aberrante y demuestra una vez más que la sociedad actual perdió valores y sucumbió en el materialismo.
Ellas quieren hallar la media naranja que le garantice una vida cómoda. (Nadie debería buscar una media naranja sino una completa. ¿Quién quiere la mitad de algo?).
Esta vergonzosa moda hace parte de planes ofrecidos por agencias que prestan el servicio de “intermediación” con el gancho de que lo mínimo que obtendrían las mujeres es la residencia legal en Estados Unidos y lo máximo, vivir como reinas.
No intento denunciar estos negocios sino la inmoralidad que enceguece a las “cortesanas” que persiguen hombres para sacarle billete o un buen regalo. A mi manera de ver, es prostitución encubierta.
“Esto ha ahuyentado a los buenos partidos”, me dijo una divorciada que espera hallar a un compañero para vivir el resto de su vida, pero eso sí: “preferiblemente con plata”. (No se diferencia de las otras).
Con frecuencia asiste a fiestas privadas en Miami Beach, donde una compañía, dirigida por una celestina, trae chicas jóvenes de Colombia y Venezuela con el fin de presentarles árabes ricos o viejos verdes de cualquier nacionalidad pero adinerados.
¿Cómo una mujer puede llegar tan bajo y suplantar su ética por ambición? ¿Con qué ojos podría mirar a sus hijos en el futuro si llega a concretarse un matrimonio?
Camila comenzó a desencantarse de Andrés cuando éste la invitó a comer “bandeja paisa” a un restaurante colombiano. Ella aspiraba cenar sushi en el Masa de Nueva York.
Pero lo que le hizo comprobar que ya no era “el hombre ideal” fue cuando destapó la caja con moñito rosado, revelándose el regalo que con dedicación y esmero él buscó en las tiendas, el cual brillaba menos que sus ojos: una cadenita cuyo costo contribuyó a una causa social.
Allí, basada en su moral confusa, juzgó que su pareja era obscenamente tacaño. Camila sigue buscando el compañero de sus sueños en bares miamenses. Sin duda ella no deja de ser indecentemente ambiciosa.
Andrés tiene nueva novia y aspira a que en esta ocasión la calidad de su pareja le permita amarlo sin intereses. Él me confió que no quiere a una mujer egoísta criando a sus hijos.
Nadie desea un ser materialista para vivir una vida a su lado. Ni porque fuera la más bella o bello del mundo.
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