!Qué pereza la pereza!

… Porque engorda, aumenta el colesterol, atrofia los músculos y la comunicación familiar y disminuye los ingresos.


Una mañana amanecí con flojera de esa que dan ganas de retozar un rato más en la cama, meditando, abrazando la almohada o a quien se ama, haciendo comentarios banales, en fin, “pereciando”.

No haraganería, sino, el placer de no tener tareas caseras, ni siquiera preparar el desayuno o salir a pasear en familia el domingo a donde ninguno quiere ir, pero finalmente vamos.

Entonces, reflexioné sobre la pereza. Con el lema de “que trabajen otros”, los promotores de la pereza dicen que es un derecho del ser humano el cual se debe cultivar como un don. Incluso, hay grupos incitadores, fundados en el pensamiento griego que reza “el hombre ocioso es libre”.

Como decía mamá “bueno es cilantro, pero no tanto”. Algunos, con exceso de optimismo, señalan que la pereza salvó de morir a muchos hispanos en las torres gemelas porque llegaron tarde al trabajo. No me hace feliz saberlo.

Otros argumentan que la pereza es necesaria en la clase obrera para que no haya sobreproducción. El exceso colapsaría la economía.

Recuerdo cuando en épocas pretéritas en mi país los pueblos se paralizaban al mediodía porque la mayoría de los empleados se iban a sus casas a merendar y después dormían la siesta. Era una misión imposible lograr que un burócrata atendiera. Los que se quedaban en las oficinas, en el futuro fueron exitosos empresarios o gamonales del pueblo.

En ese tiempo aprendí mi primera lección sobre la pereza: El que la padece pierde. En Colombia hay una raza que saca la cara por todos: los paisas, nacidos en Antioquia y el viejo Caldas, quienes, por lo general, no se varan en ninguna parte ni se “arrugan” ante nada, es decir, nunca se niegan cuando se trata de negocios, producir dinero y servir a la gente. Ellos son dotados con esa cualidad, pero la mayor parte del resto padece la enfermedad, como enraizada en los genes.

La pereza se niega a desaparecer de la cultura de América Latina y ese mal innato es el que nos hace un continente en cámara lenta. Si bien es cierto que nada es más delicioso que un buen almuerzo y después reposar en una hamaca, la pereza tiene altos costos para la economía.

Parte del atraso en que vivimos en “la tierra de la esperanza” como se refería el Papa Juan Pablo II a Latinoamérica, es evadir responsabilidades y holgazanear. Él no sabía cómo somos; ni siquiera alzamos una moneda del piso cuando la pereza asedia; quizás solo conoció pailas.

Por otra parte, la pereza la induce el mismo progreso: enviar mensajes de texto para llamar a comer. Usar el carro con el fin de ir a comprar la leche y el pan del desayuno. Controles remotos para manejar los aparatos electrónicos desde la cama o el sofá.

Aunque con frecuencia repito la muletilla de ¡qué pereza!, por pura costumbre, reacciono y corrijo ¡qué pereza la pereza!, porque engorda y aumenta el colesterol, atrofia los músculos y la comunicación familiar y disminuye los ingresos.

Cada vez que comienza un año nuevo hacemos propósitos: cultivar el cuerpo, bajar de peso, atender más a los hijos e ir a visitar a los abuelos, pero los latinoamericanos casi nunca ofrecemos ser más productivos y esquivar la vagancia.

¡Feliz año! y les aconsejo ponerse oficio.

Raúl Benoit
Sígueme
Últimas entradas de Raúl Benoit (ver todo)
Compartir

Raúl Benoit

Periodista y escritor colombiano de origen francés. Se ha destacado en televisión latinoamericana, como escritor de libros y columnista de periódicos del mundo.

Leave a Reply

Your email address will not be published.