¡Qué placer es agradecer!

La gratitud, es una de las emociones más placenteras del ser humano y por eso la alimento cada segundo por el simple hecho de respirar, caminar, ver, oler, escuchar, ser amado y amar. 


Los destellos del sol en el amanecer anuncian un buen día y el primer pensamiento que se me viene a mi mente es la gratitud.

Sin falta cada mañana dedico un poco de tiempo para reconocer las bondades que me rodean y los regalos que la naturaleza entrega sin pedir nada a cambio.

No sé por qué algunos piensan que la gratitud, de todos los sentimientos humanos, es el más efímero y escaso. ¿Será cierto?

Las personas, quizás por las presiones de la cotidianidad vertiginosa, pierden ese don, no porque lo dejen de apreciar, sino debido a que lo insensibilizan en el corazón con una inexacta esperanza de agradecer algo más valioso por llegar.

Es bueno aconsejarles que no esperen cosas más grandes que la propia vida. No aguarden señales idealizadas para sí mismos, sin considerar entregar primero afectos y nobles caridades a otras personas.

La gratitud, es una de las emociones más placenteras del ser humano y por eso la alimento cada segundo por el simple hecho de respirar, caminar, ver, oler, escuchar, ser amado y amar.

Agradezco hasta por todo lo que no tengo: enfermedades graves y problemas mayores, por ejemplo. Gratifico a los espíritus perversos que me sirven para elegir el bien frente al mal.

Soy más feliz al regalar que al recibir. Por ejemplo, la sonrisa de mis hijos es el mejor regocijo que mi espíritu alberga en el momento de hacerlos dichosos en sus cumpleaños o en las navidades.

A ellos les enseñé que cuando un mendigo les extienda la mano pidiendo limosna, lo complazcan, ignorando si tiene una intención tramposa, porque nuestro deber cristiano es ayudar al necesitado sin titubear. Si ese ser engaña tendrá que rendir sus propias cuentas a Dios, sea creyente o no.

La consigna es procurar alivio a otras personas sin esperar nada a cambio.

Agradezco a mis padres que me dieron la existencia. Les honro por el esfuerzo que hicieron de educarme y brindarme un pan cada día; les enaltezco por advertirme de los peligros y alejarme de los males.

Dice un proverbio chino que cuando bebamos agua debemos recordar la fuente, pero, hay quienes no reconocen de dónde brota su manantial de vida y son malagradecidos; olvidan el esfuerzo que hicieron sus progenitores con el fin de que ellos crecieran sanos, felices y fuertes para enfrentar el mundo. Al conseguir su propia vida, no vuelven a ver a los viejitos, abandonándolos en la soledad o en un ancianato como muebles viejos que no quieren mostrar.

Hay que agradecer al empleador de darnos trabajo y los patrones deben gratificar al obrero por su esfuerzo de hacer la empresa productiva.

José Martí, decía que la gratitud, como ciertas flores, no se da en la altura y mejor reverdece en la tierra buena de los humildes.

La ingratitud solo hace daño a quien la siente. El resentimiento y el odio son pasiones malsanas, que, a veces nacen por no enfrentar la vergüenza de admitir los errores propios. La ingratitud pesa en el alma de quien la lleva, no de los que se pretenden desdeñar.

La lealtad debe ir acompañada de un espíritu esperanzador y feliz, en busca de horizontes honestos y purificadores del alma. Nada ni nadie puede arrebatarnos ese privilegio.

El agradecimiento es un compromiso humano, por lo tanto, reflexionemos quien lo merece y démoselo sin falta.

Raúl Benoit
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Raúl Benoit

Periodista y escritor colombiano de origen francés. Se ha destacado en televisión latinoamericana, como escritor de libros y columnista de periódicos del mundo.

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