¡Se me quema el arroz!

Parte de la culpa la tienen las mujeres que permiten estos abusos. También la liberación femenina que no las ha redimido de ciertas cargas. Por ejemplo, hay amas de casa con maridos cómodos, quienes además de preparar la comida, atender los hijos y limpiar la vivienda, deben trabajar jornadas de ocho o más horas. Es como si tuvieran dos empleos. Merecen ser premiadas.

Vida social y estilo de vida

Unos amigos me avisaron de su visita un día antes. Cuando entraron a mi apartamento se asombraron por la limpieza. “Pocos hombres tienen su vivienda tan organizada”, comentaron.

Lo que no supieron es que demoré parte de la noche anterior y el día entero arreglando todo para recibirlos con decencia.

Lavé la ropa de cama y las toallas. Limpié el polvo que parece no irse nunca, porque cuando termino de pasar el trapo por una superficie, me volteo y ahí está de regreso. Aspiré la alfombra; fregué la cocina e higienicé los baños; desocupé el basurero; acomodé los platos que enjuagué con mis manos y finalmente planché y doblé la ropa.

Terminé como si hubiera hecho trabajos forzados. Si me tocara maquillarme, de la manera que lo hacen las mujeres cuando tienen una reunión social, lo juro que renuncio a la visita de mis amigos, porque estaba tan extenuado que apenas me podía mover.

En el tiempo que fui marido algunas veces lavé los trastos y barrí el piso, pero por lo general dependía de mi ex mujer. Por ejemplo, le tenía cierto miedo maniático a la lavadora y a la secadora y por más que ella me lo pidiera, me aterrorizaba acercarme a esos aparatos. Ahora soy experto.

En aquel tiempo, si yo decidía no hacer nada, la casa siempre estaba impecable. Nunca pregunté cómo ni quien lo hacía. Se pagaba para tener todo organizado, limpio y listo. Pero obviamente las manos de las mujeres estaban presentes, bien fuera de las señoras que nos servían o de mi propia esposa.

Ahora que soy soltero, sé cuál es el precio de sostener una casa y no son los costos económicos, sino el peso sobre los hombros de mantener todo limpio, organizado y listo para volverlo a ensuciar y desordenar.

Admiro a las amas de casa. No es tan simple y sencillo el oficio que hacen, como ellas lo aparentan. No sé si por orgullo o por resignación muchas guardan silencio ante ese gigantesco peso.

Conozco pocas historias de hombres que ayudan a los quehaceres del hogar. Sé de algunos que llegan a su casa a ver televisión, esperando a que los atiendan porque están muy cansados. Los domingos invitan a sus amigotes a ver fútbol, cerveza en mano, o se distraen con los juegos electrónicos, arguyendo el derecho de recrearse después de una semana dura y difícil.

Parte de la culpa la tienen las mujeres que permiten estos abusos. También la liberación femenina que no las ha redimido de ciertas cargas. Por ejemplo, hay amas de casa con maridos cómodos, quienes además de preparar la comida, atender los hijos y limpiar la vivienda, deben trabajar jornadas de ocho o más horas. Es como si tuvieran dos empleos. Merecen ser premiadas.

¿Por qué si ellas trabajan son las únicas que tienen la obligación de hacer oficio en casa y los hombre no?  ¿Por qué muchos de nosotros creemos que realizar tareas hogareñas nos quita la hombría?

Ocuparse de los asuntos de la casa y no sentir la necesidad enfermiza de recibir siempre ayuda para cosas simples como servirse un vaso de agua, es una experiencia agradable. Frecuentemente somos compensados con cariño.

Disculpe. Tengo que dejar de escribir porque se me quema el arroz.

Raúl Benoit
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Raúl Benoit

Periodista y escritor colombiano de origen francés. Se ha destacado en televisión latinoamericana, como escritor de libros y columnista de periódicos del mundo.

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