La industria farmacéutica, que es como una mafia de drogas legales, se aprovecha de nosotros, lavándonos el cerebro, diciéndonos que los síntomas de dolores, además de los procesos biológicos que los pudieran estar provocando, también repercuten en nuestras emociones y el trabajo.

Como un adicto ordinario llegué a la farmacia buscando Excedrín pero, para mi sorpresa, el anaquel de los analgésicos estaba vacío. Fue desocupado por otras personas que, en reemplazo de la droga requerida, arrasaron con calmantes como el Advil y el Tylenol.
Una “crisis” similar la viví 12 años atrás cuando me enteré que en los Estados Unidos no se vendía Mejoral porque “perjudicaba la salud”. Alguien me recomendó usar Excedrín, pero, al leer los ingredientes me asombré que eran los mismos: 250 miligramos de acetaminofén, 250 de aspirina y la panacea de mi dolor de cabeza fortuito y tal vez hipocondriaco: 65 miligramos de cafeína.
Esa prohibición tiene que ver con un método gringo poco ortodoxo: por lo general, castigan con leyes federales durísimas a los negocios que no son de ellos, que no rentan a la economía de su país y cuando las ganancias se quedan en el exterior.
Azarado por mi potencial dolor de cabeza, amago que se amplificó cuando hallé los aparadores vacíos, me importó un bledo reflexionar sobre esas políticas absurdas de los estadounidenses, que lo único que hacen es darme más tormento y seguí en mi búsqueda impaciente de mi Excedrín, añorando la propaganda de “Mejor mejora Mejoral”.
Cada segundo el presentimiento de ese dolor agudo por venir crecía y fui a otras farmacias como si fuera un toxicómano desesperado, pero ocurría lo mismo: anaquel vacío.
Un par de meses antes, por orden del temido “gobierno federal”, el fabricante retiró todas las botellas del mercado, debido a un error en una planta del laboratorio Novartis, en Nebraska, que envasó potentes analgésicos como Percocet, Endocet, Opana y Zydone, en frascos de Excedrín.
La falla ocurrió desde 2009, pero fue ignorada a pesar de las quejas de consumidores que tuvieron problemas médicos graves y en otros casos sintieron un alivio asombroso y relajante que les hizo cometer errores y accidentes.
El ser humano es propenso a las adicciones por naturaleza. A diario nos quejamos de jaquecas, dolores musculares y de muelas, que en muchos casos son sicológicos. Los analgésicos los usamos hasta para aliviar el cansancio.
Sabiendo esto, la industria farmacéutica que es como una mafia de drogas legales, se aprovecha de nosotros, lavándonos el cerebro, diciéndonos que los síntomas de dolores, además de los procesos biológicos que los pudieran estar provocando, también repercuten en nuestras emociones y el trabajo y que sentirlo es un aviso del organismo de que hay daños más graves. Por esa razón corremos a la farmacia y compramos cajas de analgésicos inútiles.
Con el fin de consolarnos, también proliferan las clínicas del dolor, que se multiplican en cada esquina, volviéndose uno de los negocios más lucrativos de la era moderna. Por otro lado, crece el mercado negro de drogas analgésicas combinadas con opiáceos como el Vicodin o Percodan, que esos mismos consultorios redentores consiguen a través de los seguros de salud y los pacientes los revenden a precios usureros.
El número de muertes en los Estados Unidos, relacionadas con medicamentos, se estima en más de 200 mil cada año. Solo por calmantes como Advil, Motrín y Aspirina, supera las 7,600 muertes y más de 75 mil hospitalizaciones.
Cansado de buscar mi Excedrín y resignado a la retirada infame de ese analgésico, previendo enfrentar un virtual dolor de cabeza amenazante y agotador, resolví comprar una libra de café para suplir la dosis de cafeína, agregándole, machadas, dos aspirinas y unos cuantos acetaminofén.
Cuando preparé el estimulante natural con mi polvo mágico, imploré que los gringos no lo fueran a considerar otra de sus drogas prohibidas, porque ante la falta de Excedrín he tenido pesadillas viendo a los agentes de la DEA arrasar los cafetales colombianos y guatemaltecos, extraditando a mis queridos amigos granjeros, inocentes de lo que provocan con su producto de rico sabor y exquisito aroma: un café bien cargado, el mejor remedio para el dolor de cabeza.
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