Haití nunca ha salido de la tiranía. Pasa de manos como quien hace relevos en una carrera donde el premio es estimulado por la codicia y la ambición.

Han comenzado a regresar a sus casas con el corazón partido, pero teniendo la seguridad del deber cumplido. Sufrieron hambre y sed de una manera lejanamente real, pero las sintieron de alguna forma.
Son los socorristas de diferentes países curtidos en ver el horror y los reporteros que expusieron sus vidas y miraron el infierno con sus ojos. Ellos llevarán en su memoria la cruel realidad del pueblo haitiano. Los compadezco pero también los felicito por su labor altruista.
Los que sólo vieron por televisión el desastre, tal vez se conmovieron un poco y juntaron cosas inservibles; algunos compraron en la tienda lo que les pareció útil para “esos negritos de Haití”, como escuché decirlo, y lo llevaron a los centros de acopio. Esperemos que la apatía no vuelva.
Sin lugar a dudas este terremoto es la peor tragedia sufrida en Latinoamérica y el Caribe en décadas.
La maldición para esa tierra comenzó cuando Cristóbal Colón llegó a conquistar la isla que llamó La Española. Fray Bartolomé de las Casas calculó la población indígena en 3 millones que, para 1540, fue virtualmente extinta por las enfermedades europeas y las matanzas que contrarrestaban sublevaciones.
A partir de allí, por mucho tiempo, fue el centro de piratas y filibusteros que usaron la isla para robar, hasta que Francia se adueñó de la parte occidental, trajo esclavos, morían, trajo más esclavos y morían; a los sobrevivientes los subyugaron, convirtiéndola en una tierra de resentimientos y sus habitantes se refugiaron en el vudú intentando hallar la salvación de su horror.
Haití nunca salió de la tiranía. Pasa de manos como quien hace relevos en una carrera donde el premio es estimulado por la codicia.
Parte del problema de Haití es la corrupción que impide inversión extranjera formal porque crearon leyes ladinas para tal fin, lo cual no deja espacio ni siquiera para un subdesarrollo tercermundista. También hay indolencia de la humanidad hacia ese país que no ofrece riqueza alguna. Sólo es un puente de paso de criminales, narcotraficantes y negociantes de armas que se aprovechan de la necesidad de su pueblo.
La miseria absoluta es generalizada y miles de familias padecen hambre y sed constantes. Por eso no hay que extrañarse de que una niña de 16 años sobrevivió 15 días entre las ruinas, después del terremoto, sin comer y sin beber agua.
La desgracia hizo a los haitianos fuertes, pero también los obliga a emigrar buscando un mejor futuro. Miami es su paraíso más cercano. Cuando llegan aquí la mayoría sigue practicando el vudú para sentir el apoyo espiritual de alguna Entidad y vive en condiciones de pobreza similares a las que padecía allá, con la diferencia de gozar de privilegios estadounidenses.
Hace un par de años descubrieron una red de corrupción que daba licencias de taxistas a haitianos inmigrantes, recién llegados de su patria. Muchos no sabían conducir carro y así salían a las calles hasta que aprendían por la fuerza. Pocos hablan inglés, solo créole o francés machucado. A veces son agresivos e intolerantes. Llevan en su sangre la desconfianza y no los culpo, por todo el bagaje de tristeza y dolor que cargan a cuestas.
Este terremoto ha castigado a un pueblo que ya ha sido espiado de manera excesiva. Seguramente traerá una nueva oleada de haitianos al sur de la Florida y debemos ser compasivos con ellos pero, en especial, con los que quedaron allá hambrientos y sedientos.
No les demos tan sólo una mirada lastimera y tampoco los llamemos «esos negritos de Haití», porque son seres humanos que merecen nuestra compasión.
- Bajo censura, prefiero no escribir - febrero 28, 2015
- Carta a Nicolás Maduro - febrero 21, 2015
- ¿Los indignados al poder? - febrero 14, 2015