Quien aprenda desde niño a gestionar para bien sus emociones será más feliz de adulto. Pueden capacitarnos en matemáticas, geografía, ciencias e historia, pero si no nos enseñan a amar, a complacer y complacernos, a compartir y a expresar las emociones, seremos adultos aburridos, antipáticos y llenos de amargura.
El amor muere y subsiste la costumbre, dogmatizaba uno de mis profesores de filosofía. Yo, que todavía conservo el romanticismo en la relación de pareja, no pierdo la esperanza de que es inmortal, aunque algunos seres humanos nacieron con un corazón marchito y quizás por eso no entienden el sentido real de amar.
Dice un proverbio chino que cuando bebamos agua debemos recordar la fuente, pero, hay quienes no reconocen de dónde brota su manantial de vida y son malagradecidos; olvidan el esfuerzo que hicieron sus progenitores con el fin de que ellos crecieran sanos, felices y fuertes para enfrentar el mundo. Al conseguir su propia vida, no vuelven a ver a los viejitos, abandonándolos en la soledad o en un ancianato como muebles viejos que no quieren mostrar.
el amor verdadero, honesto y sincero es fuerte y soporta vientos huracanados y tempestades que se interponen en el viaje de la vida. Quien, por las primeras lloviznas decide abandonar el barco, renunciar a defenderlo y refugiarse en una isla, actúa con egoísmo y realmente quizás nunca amó”.
Deberían castigar a los científicos por matar el romanticismo. Son obsesivos dándole sentido práctico y probado a los asuntos relacionados con la vida, cercenándonos el placer de idealizar amores, sentimientos y pasiones perdurables.
Sentirse atrapado por dar amor o amistad es degradante. Tampoco uno debe creerse cautivo por el amor recibido. Amar no es una prisión. Amar es libertad.