Sin lugar a dudas soy candidato para la excomunión de forma automática por la ley canónica impuesta arbitrariamente por la jerarquía católica, acusado de apostasía, herejía o cisma, por cuestionar las reglas y a los soberbios que las aplican.
La culpa de la crisis que vive la Iglesia no es de Dios, es de la debilidad humana que los lleva a pecar para saciar la complicidad y la ambición de poder. La cobardía terrenal de la jerarquía que oculta a los pecadores de su propia Iglesia surge, no por guardar la fe a Dios, sino para no perder sus privilegios y porque algunos de esos protectores también guardan pasiones bajo la sotana.