Como yo, en los Estados Unidos, cientos de miles de personas sufren por la expectativa de una decisión ejecutiva que les permita quedarse con su casa propia. Es como mendigar un favor. Peor aún, muchos ya las perdieron en ejecuciones hipotecarias desde que comenzó la crisis inmobiliaria en 2006, debido a que los bancos apostaron a un juego de alto riesgo, sobrevalorando las propiedades, lo cual formó la burbuja famosa que, irónicamente, reventó en sus manos egoístas sin perturbarlos, sin afectarles sus bolsillos. El perjuicio lo sufrimos los clientes del sistema financiero.
El abuso en el consumo de la marihuana puede generar problemas cognitivos y desórdenes mentales, dicen los científicos que estudian sus efectos. Ese es otro tema clínico que habría que analizar más a fondo, antes de legalizarla, pero, muchos conocemos a consumidores sociales que llevan una vida aparentemente normal. ¿Son un peligro para la sociedad? Lo son quienes abusan del alcohol y conducen irresponsablemente.
En los próximos meses Barack Obama no podrá fallarles y así como hizo posible parte del “Dream act” (Acta de los sueños) para estudiantes sin papeles, deberá proponer una verdadera y definitiva reforma migratoria que le permita a los indocumentados poder legalizar su estatus, trabajar con un sueldo bien remunerado y obtener una licencia de conducir para que policías racistas no se ensañen con ellos.
Estamos siendo protagonistas y testigos de una nueva revolución cultural. Desaparecen editoriales y monopolios, pero surgen novedosas formas de comercializar. Son los nuevos Gutenberg, que se propagan como epidemia de creatividad en una sublevación digital maravillosa.
Este libro está disponible en todo el mundo en Amazon.
Como un editor pirata regalé a los vendedores de semáforos en Cali, Colombia, mi libro “Prohibido decir toda la verdad”, en un acto desesperado para que la censura no triunfara.
Parecía estar violando la ley, pero no era así, porque tengo los derechos de autor. Por años luché con las editoriales que “consultaban” el manuscrito a comités sesgados compuestos por paisanos míos, que tenían una antipatía azuzada por enemigos gratuitos de esos que se gana uno por envidia o celos profesionales.
Mi libro contiene testimonios y pruebas inéditas de la corrupción y la violencia que llevó a Colombia a vivir tiempos aciagos. El narcotráfico y sus aliados. La guerrilla y sus falsedades de ser un “ejército del pueblo” y cómo se fundaron las autodefensas y los grupos paramilitares.
Muchas verdades prohibidas están escritas en esas páginas.
La editorial con quien finalmente firmé un contrato, que resultó desventajoso como sucede con casi todos los escritores, argumentó que las librerías no lo pedían; pero los gerentes me decían que la editorial no los despachaba.
Por años, decenas de ejemplares impresos estuvieron en la bodega de esa editorial, hasta que fui a recogerlos y los obsequié en los semáforos. No recibí un centavo por concepto de regalías, por el contrario, yo me gasté mis ahorros en el sueño y hasta tuve problemas con los impuestos de los Estados Unidos.
Terco por herencia, este año resolví publicarlo por mi cuenta con éxito. Evadí a los intermediarios; a quienes censuran por intereses políticos, religiosos o personales; evité a los que desprecian a los escritores descartando su capacidad sin clemencia, como le ocurrió a Gabriel García Márquez cuando ofreció por primera vez su novela “Cien años de soledad”, libro con el cual ganó el premio Nobel de literatura en 1982.
Mi abuelo Juan Antonio Sánchez estaría feliz de ver su novela romántica “Gloria, Amores de otros tiempos” en manos de los lectores. A mediados del siglo pasado él luchó contra las editoriales que lo conminaron al anonimato, teniendo que guardar el manuscrito en un cajón.
Era escritor y poeta; fundó la “Gran Librería Sánchez”, la primera en Cali a principios del siglo XX. Se enfrentó a los poderes religiosos que censuraban a través de una ley “moral” llamada índice de libros prohibidos perniciosos para la fe (Índex librorum prohibitorum et expurgatorum), según la iglesia católica.
Como un homenaje a mi abuelo y retando a los editores crueles, también publiqué su libro.
Hoy día nadie se puede quedar sin leer y publicar libros. La Internet abrió las puertas y las ventanas a todos. Prosperan empresas como eLibros Editorial, en Bogotá, Colombia, de Iván Correa, a quien encontré en la red o Alexandria Library de Modesto Arocha en Miami.
Estamos siendo protagonistas y testigos de una nueva revolución cultural, como la vivida alrededor del año 1450, cuando el herrero alemán Johannes Gutenberg inventó la imprenta. Desaparecen las editoriales y los monopolios, pero surgen novedosas formas de ventas y comercialización como Amazon.
Los nuevos Gutenberg, se propagan como epidemia de creatividad en una sublevación digital maravillosa. Queda prohibido no publicar.
Quienes son condenados, una vez llegan a las cárceles, podría decirse que los despojan de sus derechos humanos. En este país las prisiones son un negocio privado, en donde tratan peor que animales a los “clientes”; a muchos los aíslan de sus familias bajo un régimen humillante. Un ejemplo es el de Arizona, cuyo Sheriff Arpaio alimenta a sus prisioneros, la mayoría hispanos, con productos vencido
Casi cuarenta años de guerra contra las drogas no han reducido ni el consumo ni la criminalidad. Por el contrario, lo que se ha visto es un incremento de la violencia, miles de muertos y aumento en la venta de narcóticos en colegios, barrios y discotecas.
Este plan, “el motor invisible de la sociedad de consumo”, ha sido investigado en un documental coproducido por la Televisión Española. Todo comenzó la navidad de 1924, en Ginebra, Suiza, cuando se creó en secreto el cartel mundial de la electricidad, llamado “Phoebus”, para controlar la producción de bombillas.