Esta guerrilla no representa al pueblo, ni siquiera a una minoría. Se representa a sí misma. No obstante, desde que el gobierno se sentó a la mesa para hablar de paz, favoreciéndola, se ignoran y se pisotean códigos jurídicos, morales y éticos.
Es profundamente preocupante que la historia se repita. Las Farc se fortalecen, se rearman, se oxigenan amparadas por Cuba, el chavismo venezolano, por quienes buscan dividendos electorales y los que viven de la guerra.
El pantallazo internacional que las Farc se están dando les permite volver a estar en el foco de atención, protagonismo que se eclipsó desde que desperdiciaron el proceso de paz a comienzos de la década pasada en el gobierno de Andrés Pastrana, para continuar con los secuestros, el narcotráfico y el terrorismo.
Las Farc sorprendieron en el primer encuentro al destapar un vocero oculto, Iván Márquez, un rebelde radical y guerrerista que se ha opuesto a ceder en el pasado, quien comenzó beligerante diciendo que “Sin justicia social la paz será una quimera”. Sí, eso es cierto, pero, repito, las Farc tienen que darle la cara a las víctimas. Márquez pareciera solo ver las culpas ajenas: “El que se debe someter a un marco jurídico para responder por delitos atroces es el Estado”, dijo.
El primer proceso de paz con las Farc fue en 1984. Hubo amnistía e indulto y ciertos sediciosos, junto a miembros del Partido Comunista, crearon la Unión Patriótica –UP-, participando en política; así ganaron curules en el congreso y alcaldías, pero, fuerzas oscuras (léase: militares corruptos aliados con narcotraficantes y autodefensas) asesinaron a más de 3500 militantes de ese grupo, lo cual les sirvió de justificación a los rebeldes para seguir en la lucha.
Dicen que fue una farsa para victimizarse y ganar la compasión del pueblo en pleno proceso electoral. Que fue una cortina de humo con el fin de apaciguar la crisis interna, la inconformidad social, la escasez de alimentos, de carne y leche, y de gasolina. El moribundo llevó a su país a una crisis histórica de falta de carburante por el deterioro del sistema de refinación y en parte por el contrabando hacia países vecinos. Sus críticos indican que hoy Venezuela importa combustible desde los Estados Unidos. El gobierno chavista lo niega, aunque no puede esconder su excesiva generosidad con los aliados en Latinoamérica.
Fernando Londoño fue un alfil en el juego político del ex presidente Álvaro Uribe, odiado por muchos y amado con furibunda pasión por otros. Por eso, los hechos son más relevantes. Señalan los detractores que el atentado favorece al ex mandatario porque no ha ocultado que ansía con frenesí el retorno al poder y el terrorismo convence al pueblo de la necesidad de volver a elegir su estilo de gobierno.
En su última aparición en un video clandestino, el jefe de la banda, Timoleón Jiménez, alias «Timochenko», le propuso al presidente Juan Manuel Santos retomar el diálogo y discutir sobre privatizaciones, depredación ambiental, democracia de mercado y doctrina militar, para ponerle fin al conflicto interno.
Las Farc son un ejército revolucionario contra el pueblo, cuyos ideales son anacrónicos y despiadados, integrado por hombres con corazones de hielo, como Timochenko, que jamás merecerán representar a nadie en el poder. Si no se rinden pronto, como lo hizo ETA en España, se fundirán en la hoguera de sus propios resentimientos.
El ejército colombiano bombardeó el 1 de marzo de 2008 un campamento guerrillero de las Farc en territorio ecuatoriano, donde murió Raúl Reyes, uno de los comandantes subversivos. A los pocos días el gobierno de Álvaro Uribe reveló que en los computadores y tarjetas de memoria del rebelde, se descubrieron intercambios de mensajes con periodistas y políticos, que evidenciaban una confianza más allá de lo normal.
Piedad es una polémica ex senadora, a quien recuerdo como aguerrida dirigente liberal, caracterizada por su defensa de las minorías étnicas, las mujeres y los Derechos Humanos. Luce un turbante que la hace reconocible en cualquier lugar.
Uno de los que deberían ser investigados es Álvaro Uribe, quien promovió las Convivir (otra fachada para encubrir a los paramilitares) y quien, en su gobierno, continuó favoreciendo a ciertos de estos asesinos e intentó absolverlos. En cambio a otros, que sabían mucho sobre su pasado, como Salvatore Mancuso, los extraditó a Estados Unidos sepultando la verdad para siempre en una fosa común de impunidad.