Realmente como columnista lo único que necesito saber para escribir sin temores, es que el capital de la sociedad propietaria del periódico no provenga de negocios ilícitos, narcotráfico o el robo de las arcas petroleras por ejemplo, pero, de manera especial, que la libertad de expresión sea respetada.
El pesimismo y anti patriotismo que destila el ex presidente Álvaro Uribe como un veneno en las redes sociales, es evidente también en los escenarios donde dicta conferencias, intentando dejar a Colombia como una nación caótica, exportando mala imagen al exterior, solo con la intención revanchista y vengativa contra el presidente Juan Manuel Santos, que no quiso seguirle el juego.
Las investigaciones periodísticas prácticamente desaparecieron. Las entrevistas a funcionarios públicos solo se consiguen a menos que el gobierno tenga interés en difundir propaganda oficial.
Tener más dinero que los demás o el don de mandar es un privilegio que debe usarse para servir al prójimo. Es bueno acostarse en la noche sin el peso de la conciencia de haber humillado o maltratado.
No hay nada más saludable para una democracia que una prensa autónoma y garante de la justicia, pero con responsabilidad social y humana.
Los periodistas amenazados disponen de opciones poco decorosas para sobrevivir: autocensurarse es la más detestable; exiliarse, sensata; jubilarse antes de tiempo, engaño a uno mismo y la más indigna: venderse, y no al mejor postor, sino al que nos cuide de otros enemigos.
El jueves 9 de diciembre pasado, Hugo Chávez introdujo ante la Asamblea Nacional un proyecto de ley que castigaría el uso de la Internet y las redes sociales que envíen “mensajes irrespetuosos a los poderes públicos».
Están de moda las “fiestas del bótox”, clandestinas e ilegales, en donde invitan a médicos sin recatos para que les inyecten la bacteria del botulismo o infiltrarles en los labios sustancias, volviéndolos gruesos y carnosos como los de Angelina Jolie.
Temo que el oficio de periodista está infectado por la conveniencia. Por las verdades a medias para tapar bazofias o divulgar mentiras completas que dejan utilidades.
El periodismo Latinoamericano atraviesa por una de sus más difíciles épocas, acorralado por el narcotráfico, la corrupción oficial asociada con delincuentes y el excesivo poder de gobernantes autoritarios y abusivos.
Lo que pasa con el presidente colombiano Álvaro Uribe es que es hábil para poner de su lado a la prensa arrodillada ante su imperio, por miedo o porque saca provecho del momento histórico.
El presidente colombiano Álvaro Uribe sabe que la prensa es muy útil para gobernar sin presiones. Él regaña a quienes se salen de su redil y no dudo que utiliza influencias y amistades para quitar obstáculos.