Ceden el usufructo del subsuelo a extranjeros -propiedad del Estado, es decir, del pueblo-, recibiendo miserables regalías, en relación a las grandes ganancias que deja el negocio. Después, las petroleras nos venden la gasolina refinada a alto precio, diferencia de valor que al final sufragamos todos los que llenamos el tanque del carro. Se paga caro y no se reciben los beneficios que prometen en salud, en educación, alimentos y en progreso, porque el dinero se queda en el camino, en manos de corruptos.