La tolerancia no es a conveniencia

La pretensión de tolerancia nos obliga a aceptar a regañadientes que el vecino tenga un perro bravo, por el cual muchas veces tenemos que bajarnos del andén en un barrio residencial o arrinconarnos en un elevador del edificio para evitar que saboree un trozo de nuestra pantorrilla, o en otros casos, debemos soportar que haga suciedades donde el animalito le plazca. Esos dueños de mascota son intolerantes como los que las aborrecen.