El pesimismo y anti patriotismo que destila el ex presidente Álvaro Uribe como un veneno en las redes sociales, es evidente también en los escenarios donde dicta conferencias, intentando dejar a Colombia como una nación caótica, exportando mala imagen al exterior, solo con la intención revanchista y vengativa contra el presidente Juan Manuel Santos, que no quiso seguirle el juego.
Colombia merece la oportunidad de vivir en paz, como también las víctimas de la guerra merecen justicia. Boicotear la negociación en La Habana, como se empeña tercamente el expresidente Álvaro Uribe, es antipatriótico y de cierta manera mezquino.
El futuro de una nación de más de 47 millones de habitantes no depende del rencor de unos pocos ciudadanos biliosos. Ya basta de acechanzas contra Colombia por odios. Ya basta de tanta perversidad contra un país que ha librado una guerra por más de 50 años. No más ambiciones personales, ni soberbia, ni arrogancia e insolencia, incluyendo la de los insurrectos.
Para nadie es un secreto que Uribe quiere ser presidente de nuevo. Él es un individuo con ambiciones desmedidas y que en muchas ocasiones desvaría. Ha perdido el sentido lógico de la política y conserva el semblante autoritario. Su apariencia mesiánica le ha hecho daño a la institucionalidad del país, porque ha inventado una falsa esperanza y genera choque y polarización perjudicial para la democracia. Desafía a las cortes, congresistas, al poder ejecutivo y al propio pueblo que teme por su regreso.
Fernando Londoño fue un alfil en el juego político del ex presidente Álvaro Uribe, odiado por muchos y amado con furibunda pasión por otros. Por eso, los hechos son más relevantes. Señalan los detractores que el atentado favorece al ex mandatario porque no ha ocultado que ansía con frenesí el retorno al poder y el terrorismo convence al pueblo de la necesidad de volver a elegir su estilo de gobierno.
Morales envió a la cárcel a varios ex colaboradores de Uribe y están a un paso de un juicio su exjefe de gabinete, Bernardo Moreno y el ex ministro de Agricultura Andrés Felipe Arias. También ordenó capturar al ex comisionado de paz Luis Carlos Restrepo por la falsa desmovilización de un frente guerrillero de las Farc, con lo que pretendía mostrar resultados en la política de seguridad del gobierno uribista.
También alteraba información confidencial favoreciendo los antecedentes penales de criminales y las órdenes de captura contra los jefes de las bandas paramilitares. El DAS es una entidad similar al servicio secreto de Estados Unidos y depende directamente del presidente de la república.
Uno de los que deberían ser investigados es Álvaro Uribe, quien promovió las Convivir (otra fachada para encubrir a los paramilitares) y quien, en su gobierno, continuó favoreciendo a ciertos de estos asesinos e intentó absolverlos. En cambio a otros, que sabían mucho sobre su pasado, como Salvatore Mancuso, los extraditó a Estados Unidos sepultando la verdad para siempre en una fosa común de impunidad.
Y hablando de paramilitares, hay que seguir indagando hasta dónde el ex presidente sabía de la supuesta complicidad de su primo y amigos suyos, con estos asesinos y narcotraficantes. Algún día tendrá que revelarse si hubo una alianza con las autodefensas para llevarlo al poder en su primer mandato y a una gran parte del Congreso.
Uribe no sólo tendrá que ser investigado por intervenir en política, sino que, si Colombia es un país digno, deberá ser juzgado por los campesinos y líderes comunitarios desaparecidos y exterminados en su gobierno.
Lo que pasa con el presidente colombiano Álvaro Uribe es que es hábil para poner de su lado a la prensa arrodillada ante su imperio, por miedo o porque saca provecho del momento histórico.
Si Uribe se va los colombianos, a quien, según ellos, él les devolvió la esperanza y la tranquilidad en estos casi ocho años de gobierno, podrían perderla otra vez y regresar al pasado cuando creían que todo estaba perdido.