Con la arrogancia y el desprecio que ostentan ciertos colombianos con ínfulas de burgueses, escuché a una mujer decir: “quien la manda a meterse a la selva… ella sólo buscaba votos”, refiriéndose al secuestro que sufrió la ex candidata presidencial Ingrid Betancourt, en febrero de 2002.
Salvan vidas en las emergencias; comunican al instante a familias separadas; pero contradictoriamente son utilizados por bandidos para hacer fechorías; han sido causa de peleas, divorcios, rompimientos de matrimonios y noviazgos, y hasta despidos de empresas.
Me da risa tanta alharaca de Daniel Ortega, advirtiendo que sus compatriotas están dispuestos a derramar sangre y más risa me da la intimidación de Álvaro Uribe al amenazar con barcos a unos pescadores humildes. La armada colombiana debería estar combatiendo el narcotráfico.
Pero, además de abusar de menores y especialmente de mujeres, violan los derechos humanos, con la potestad que se auto-otorgaron denominándose “el ejército del pueblo”, secuestrando y matando a los que dicen defender.