El dato, más que impactante, es vergonzoso. Esta fascinación de las muchachas con el crimen organizado no solo tiene que ver con la búsqueda de comodidad y lujo, sino con el poder. Muchas de estas chiquillas, oprimidas por una sociedad elitista, clasista y que relega de manera denigrante, creen que podrán alcanzar el estatus de quienes las humillan.
Algunos actores de la izquierda, justificando este viraje, hablan de la madurez política de Latinoamérica, pero no es así. Es la ansia de conseguir trabajo, mejores ingresos, salud y educación, lo que lleva a la gente a creer en las promesas de los socialistas del siglo XXI, que se venden como salvadores, pero son iguales o peor que el comunismo cubano.
Por varios años, los viejos periodistas, empresarios de medios y libreros se negaron a creer que el negocio podría eclipsarse, pero ante la realidad, tendrán que ir aceptando que, por lo menos, estamos viviendo una transformación sin precedentes en la historia de la humanidad. Una revolución que constituye un cambio social y cultural radical, que nos llevará a otro nivel de comunicación inexplorado, cuyos resultados todavía están por verse.
Casi cuarenta años de guerra contra las drogas no han reducido ni el consumo ni la criminalidad. Por el contrario, lo que se ha visto es un incremento de la violencia, miles de muertos y aumento en la venta de narcóticos en colegios, barrios y discotecas.