Es evidente que hubo negligencia de parte de los superiores, los subalternos y hasta los amigos, que escucharon su disconformidad por estar en el ejército, su propósito de retirarse y su fanatismo religioso recalcitrante y nadie hizo nada.

No debería sorprendernos que un siquiatra del ejército estadounidense, acantonado en una base militar donde atendía soldados que van a una guerra irracional e inútil, mate a 13 personas y deje heridas a otras 30, como sucedió el pasado jueves 5 de noviembre en Fort Hood, Texas.
La guerra de por sí es demente y lo que Estados Unidos ha hecho y lo sigue haciendo, en especial con inmigrantes, los hispanos, la raza afroamericana y la gente blanca de bajos recursos, de mandarlos a pelear por “la libertad” ofreciéndoles un “futuro mejor” (estudios y dinero) es dañino, abusivo e indigno.
Sin contar que es un pecado con la humanidad, lo que las fuerzas de ocupación han hecho en Afganistán e Irak, donde la matanza, la tortura y la degradación, engendran más odio y resentimiento cultural, social y humano, consecuencias que tendrán que soportar varias generaciones en el mundo en las próxima décadas.
Tampoco nos debería sorprender que el pueblo estadounidense, que por lo general ignora la realidad internacional, comience a especular que el psiquiatra no se enloqueció de escuchar las ignominias vividas por sus pacientes trastornados por ver tanta muerte y destrucción, sino que era un potencial terrorista infiltrado en los cuarteles, por el sólo hecho de llamarse Nidal Malik Hasan, profesar la religión musulmana y ser de origen palestino. Esos podrían ser agravantes pero no los detonantes.
Lo que nos debería asombrar es que con tanta paranoia que se vive en Estados Unidos, especialmente en las fronteras y los aeropuertos donde las medidas son extremas y enfermizas, no hayan tomado precauciones para advertir lo que sucedió en Fort Hood, donde ya sucedieron dos incidentes anteriores de menor proporción.
Es evidente que hubo negligencia de parte de los superiores, los subalternos y hasta los amigos, que escucharon su disconformidad por estar en el ejército, su propósito de retirarse y su fanatismo religioso recalcitrante y nadie hizo nada.
Con estas sospechas y quizás certezas, fue gravísimo no vigilarlo, era un error tenerlo cuidando la salud mental de los soldados y mucho peor hubiera sido enviarlo al frente de batalla, donde no sólo mueren sus correligionarios de la nación de sus padres, sino sus propios compañeros del país que lo vio nacer.
Asimismo, habrá que cuestionar a las autoridades sobre quién examinaba y controlaba a Malik Hasan, porque los psiquiatras también enloquecen y ésta es una de las profesiones del mundo de mayor incidencia en padecimientos mentales que, en muchos casos, llevan al suicidio.
Tendremos que dar tiempo a los resultados de la investigación y esperemos que nos digan la verdad, porque en Estados Unidos se acostumbra a decirla a medias o acomoda y en ocasiones la prensa es complaciente con la realidad parcial.
Lo que sí tenemos que estar preparados es para una mayor agresión cultural y étnica. Una persecución que sin lugar a dudas estará basada en el color de piel y en los rasgos morenos (brown people), el cual tienen tanto los árabes como los hispanos.
Esta matanza, en las propias entrañas de la milicia estadounidense, inyectará otra dosis de paranoia y discriminación entre la ciudadanía que percibe a los inmigrantes como sus enemigos potenciales y latentes.
- Bajo censura, prefiero no escribir - febrero 28, 2015
- Carta a Nicolás Maduro - febrero 21, 2015
- ¿Los indignados al poder? - febrero 14, 2015