
Imagino a los cazadores de noticias yendo hasta la manigua amazónica para lograr una foto de primicia o una entrevista. Además, algún publicista excesivamente creativo presentará una campaña propagandística a sus clientes, usando las imágenes de los “aborígenes”, con el propósito de mancillar la marca de la competencia de algún producto de limpieza o de belleza. Quizás los desinformados del primer mundo, sigan creyendo que en Latinoamérica todavía vivimos con taparrabos.
Tantas ideas desconcertantes me surgen después de que una misión de científicos divulgó el hallazgo de tribus indígenas “intactas”, en una región amazónica en Brasil. Son cuatro pueblos con alrededor de 500 personas que salieron huyendo del Perú, acosados por los explotadores de madera. Se cree que en el área amazónica hay por lo menos 100 tribus más, sobrevivientes del acoso de “los blancos”.
Ese “contacto cercano del tercer tipo” no ha sido el primero, ni será el último. Expertos estudian esas comunidades desde hace más de 20 años y hay registros de su existencia desde 1910.
Dicen que durante décadas se han negado a tener contacto con la civilización. Pero no se trata de que lo “decidieron»; sencillamente no conocen más que su entorno primitivo.
Debe ser traumático para cualquier humano, incomunicado del mundo real, ver volar aviones sobre ellos, por primera vez. La reacción fue defenderse, lanzando flechas, con el básico instinto de supervivencia. Pero eso no comprueba que hayan “resuelto” aislarse. Tampoco debemos despreciar o subestimar sus costumbres y cultura.
Las propuestas, después de conocerse este “reciente descubrimiento”, demuestran que la arrogancia del ser humano, no sólo frente a la naturaleza y al medio ambiente sino frente a los propios congéneres, es cada vez más vergonzosa. Tratamos como animales de zoológico a estas personas y creemos tener el derecho de resolverles su futuro. ¿Acaso los gobiernos y los científicos tienen el poder Divino para disponer qué hacer con el destino de esas tribus?
Un futuro muy dudoso, por cierto, ante la avalancha de curiosos que pagarán excursiones para tener un “encuentro cercano del tercer tipo”. Pero el mayor peligro es la “bio-piratería”. Es el comercio ilegal de información y estudios genéticos, botánicos y biológicos, usados para desarrollar la bio-tecnología. No dudo que llegarán a investigarlos para encontrar remedios, o medicinas alternativas, en beneficio de la humanidad “civilizada”.
Ya comenzaron las opiniones. Los que están en contra de asediarlos, como el grupo “Survival International”, hace una urgente advertencia, señalando que no sólo violaría los derechos de los indígenas de querer vivir aislados, sino que traería consecuencias fatales en la salud de ellos: un simple sarampión o una gripa, por ejemplo, los mataría. Advierten que una vez entremos a su entorno, desaparecerán para siempre.
Otro grupo, más por curiosidad que por humanidad, propone dejarlos elegir entre la civilización troglodita y la primitiva forma de vida, seguramente pacífica y conforme. No creo que quisiéramos verlos con un televisor sintonizando los dramas novelescos de Brasil y el programa incivilizado de Laura en América; tampoco usando un celular para que la mujer vaya preparando el fogón, mientras los hombres cazan en la manigua el alimento del día.
Los miembros de la Fundación Nacional del Indio –FUNAI- de Brasil, no midieron las consecuencias al divulgar las fotos de cinco o seis seres humanos, lanzando inútilmente flechas al aire para “matar al pájaro grande”. Son imágenes patéticas. La supuesta buena intención de “demostrar su verdadera existencia” para protegerlos, expondrá a esta tribu a la hecatombe de la civilización que arrasa con todo lo que representa ganancias monetarias.
Sería saludable que las Naciones Unidas intervengan para tenderles la mano y protegerlos de los verdaderos enemigos, en vez de abandonarlos a la deriva, expuestos ante las personas y empresas que no tendrán corazón ni compasión.
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